Es un error creer que todo está dicho. Y que ahora lo que hace falta es esperar para ganar las elecciones porque el PLR está vencido; y que Mel renunciará a la posibilidad de seguir dañando el futuro nacional, con sus desajustadas medidas gubernamentales que le ha confiado a Xiomara Castro. Apenas, lo que tienen en su haber los sectores democráticos es la resurrección del Partido Liberal que no hay que descartar que un día de estos, como todo lo pegado con saliva, se deshaga en el aire de la lucha de egos desmesurados, poco comprometidos con el destino nacional. El Partido Nacional, por su parte, ahora se ha dividido –en forma silenciosa, menos ruidosa, que como se comportan los liberales– sin una dirección sólida, de modo que ni siquiera pueda ejercer su poder e influencia en el Congreso Nacional. A estas alturas, no hay claridad en este partido sobre la agenda legislativa que se puede avanzar, y ni siquiera muestra fuerza para enfrentar la forma arbitraria e irregular como ofende Luis Redondo a los diputados del PN.
De modo que es urgente forjar una alianza entre los dos grandes partidos democráticos del país para derrotar al PLR en las próximas elecciones generales. Para ello, hay que poner los ojos en el Pacto de Unidad de 1971 y, la forma cómo los dos partidos fueron a las elecciones; pero comprometidos, en lo referido al manejo del Congreso, la Corte y los Juzgados, el gabinete ejecutivo y las Fuerzas Armadas. En aquella oportunidad, el pacto se justificaba por la amenaza de El Salvador que dos años antes había invadido al país y provocaba más de 1,000 muertes entre militares y civiles, tomando más de diez ciudades fronterizas y puesto en evidencia la incapacidad de las Fuerzas Armadas para defender al país.
Ahora, el enemigo es la continuidad del PRL en el gobierno, que amenaza con cambiar el modelo económico, suprimir la democracia y el Estado de derecho, alineando al país, a potencias exteriores que amenazan la paz de Centroamérica y compromete la defensa del continente, especialmente el canal de Panamá. Lo que no tenemos en este momento es un líder militar como López Arellano, que incompetente militarmente, sin embargo, tenía enorme capacidad política para dirigir el esfuerzo unificador. Tampoco contamos con liderazgo religioso, económico empresarial y los sectores populares han desaparecido en manos de la indolencia y la anarquía.
Creemos que hasta ahora, no saben las tareas que tendrá que enfrentar el próximo gobierno. Tampoco se valora el papel a jugar por los partidos en la gobernabilidad, porque se menosprecia la capacidad del PLR para impedir la tranquilidad que necesitaremos para enfrentar los problemas sociales, políticos y económicos que tendremos enfrente.
Además, se desconoce la experiencia de 1971. Entonces se estableció que el pueblo elegiría al Presidente de la República. El Congreso estaría presidido por el partido ganador, pero la vicepresidencia seria del perdedor de modo que compartieran en partes iguales los cargos de la Junta Directiva. La Corte Suprema de Justicia sería compartida a partes iguales, igual que los juzgados de cada uno de los departamentos. Y al, final, los consulados y las embajadas fueron acreditados en forma paritaria a los dos partidos.
López Arellano se reservó el nombramiento del Jefe de las Fuerzas Armadas. El Pacto de Unidad funcionó en la distribución, pero fracasó en la operación por boicot de los nacionalistas que le hicieron el juego a López Arellano para que volviera, por el camino del golpe de Estado, a dirigir al gobierno de la república. Sin embargo, conjuró el peligro exterior.
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