Los candidatos presidenciales, durante su campaña, suelen hacer promesas que saben perfectamente que no van a cumplir. Pero bien, esa es una forma de conseguir votos que, por supuesto, no comparto.
En otras ocasiones he dicho que los fondos recaudados por nuestros gobiernos, más los aportes que nos hacen Estados amigos, no son suficientes para poder superar todas las carencias. Cada cuatro años, si no hay golpe de Estado, el pueblo espera encontrar a quien, desde la dirección del Estado emprenderá la solución definitiva de sus calamidades. Por otra parte, no hay una justa distribución de los cargos, en materia de impuestos, que cada ciudadano debe aportar al Estado porque, según aceptan muchos teóricos en política, deberían recaer, los mayores recargos, en los grandes empresarios.
Por esa misma razón sugerí que las grandes obras que requiere el país para elevar su nivel de vida y la productividad, tales como las grandes carreteras de cuatro pistas para aquellas vías con mucho tránsito comercial, o las grandes represas para riego, consumo de agua y para la producción y energía; las infraestructuras del sistema educativo y del sistema sanitario, la construcción de los megapuertos y de la vía férrea interoceánica, requieren de inversiones enormes cuyos montos no los tenemos disponibles. Por eso digo que las megaobras, excluidas las relacionadas con la educación y la salud, deberían ser concesionadas y pagadas mediante cuotas básicas por parte de los usuarios.
Es ilustrativo el cuento relacionado con la campaña electoral de Ramón Villeda Morales, a quien el pueblo había calificado como promotor de promesas demagógicas; cuando en uno de sus discursos de campaña, le atribuyeron que ofreció construir un puente, los correligionarios le aclararon que no necesitaban un puente porque no había río, entonces el Dr. Villeda Morales les prometió que también les iba a construir un río.
Realmente los pueblos no necesitan de tantas promesas que a la larga serán puros cuentos como el de Villeda Morales. El pueblo espera promesas viables, fundamentalmente aquellas que van destinadas a elevar el nivel de vida de los de abajo, pues los de arriba son los beneficiarios de muchas ofertas que no se plantearon en los planes de gobierno pero que aparecen para complacer el clientelismo político.
Se da también el caso de promesas que no tienen asidero en la realidad del país que, arbitrariamente, son las que se llevan a la ejecución con beneficios para sectores muy selectos de las cúpulas políticas y empresariales.
Si yo fuera candidato me limitaría a una sola oferte: me comprometería a hacer cumplir las leyes, haciendo de esta obligación ciudadana no solo a los de abajo sino a todo el espectro de la sociedad hondureña.
Si se cumple la ley habrá progreso porque, qué sentido tiene prometer que se va a combatir la corrupción si esa es una obligación que no se puede dejar de lado porque así lo manda la ley. Igualmente, si se promete que se va a mejorar el sistema educativo, pues esa acción es de estricto cumplimiento porque así lo dice la ley y no necesita hacer compromiso de ninguna manera para cumplir esos preceptos de la ley.
Creo que el pueblo estaría más satisfecho si los candidatos que piden sus votos actúan con más sentido de la verdadera realidad del país y se limitaran a ofrecer acciones que están normadas por la ley, como a impulsar en la capacidad de nuestros recursos, el progreso de la nación.
Porque si los políticos se comprometieran, como única oferta electoral, a cumplir y hacer cumplir la ley, como lo juran inútilmente, entonces el que se lleva a la “cholpa” porque tiró un papel en la calle no reaccionaría desligándose del partido del poder por resentimiento, lo mismo pasaría con el que no paga los impuestos, o el que no cumple las leyes de tránsito o el que no envía a sus hijos a la escuela, o el que evade los impuestos, porque todos sabríamos, con certeza, que solo el cumplimiento irrestricto de la ley, con igualdad de obligaciones para todos, puede llevarnos a un final feliz o el ministro que no cumple con sus deberes.
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