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Tres discípulos

  • Actualizado: 12 abril 2023 /

Hemos vivido el triduo pascual, los días más sagrados del año litúrgico, en los que la Iglesia realiza el memorial de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. El protagonista absoluto de estos días es Jesús, cuya vida entregada como ofrenda de amor, para salvación de los hombres, se vuelve, plenitud y superación de todos los anteriores sacrificios rituales, que intentaban reparar el daño del pecado cometido por los hombres, volviéndose el cordero pascual definitivo. Pero junto a Jesús, hay tres coprotagonistas de toda la narrativa en la que desembocan los cuatro evangelios: Judas, Juan y Pedro. En ellos la Sagrada Escritura nos ofrece tres espejos en los cuales reflejarnos para preguntarnos, ¿cómo llegamos a este triduo pascual?, ¿con qué actitud? En esta primera parte quiero centrarme en el más infame de todos: Judas Iscariote. Este discípulo es uno de los personajes más fascinantes del evangelio, enigmático, calculador, inteligente, ambicioso y traidor. Parece un coctel repudiable y admirable a la vez, su fin trágico (Suicidio) es quizás lo que más se recuerda, y por supuesto el triste ¡Ay! Pronunciado por Jesús, lamentando su existencia (Cfr. Mt 26,24) es su epitafio más cruel.

La traición de Judas se debe en esencia a dos cosas: su decepción, con respecto a Jesús, y su ambición desmedida. Porque cuando Cristo no cumple con nuestras expectativas humanas, como quizás lo esperamos, en ocasiones podemos sentirnos defraudados y frustrados, olvidando que todo responde a un plan mayor, por lo que es menester vivir cada acontecimiento de la vida con profunda humildad, para dejarnos sorprender por Dios, en lugar de intentar acomodar su voluntad a la nuestra. Muchas personas se enojan con el Señor y se rebelan contra él, cuando sus deseos, planes o proyectos no se cumplen, o cuando se vive una situación dolorosa que racionalmente carece de sentido. Esto es un signo de inmadurez humana y de infancia espiritual, se trata de un berrinche que, aunque entendible y hasta legítimo, es estéril e inútil, porque no se sacará nada de él, más que, mayor frustración y enojo. Judas se sintió defraudado por Jesús, pasó de admirarlo a criticarlo mezquina y destructivamente. Como, por ejemplo, cuando le disgustó que se derramara un perfume caro en los pies del Maestro (Cfr. Jn 12,5) por ello cuando dejó de sentir admiración por él, le fue fácil venderlo porque compensó su frustración con su segundo gran amor, el dinero. Y es que el seguimiento de Judas, fue en realidad un autoseguimiento, pues creyó que siendo “discípulo” de un maestro famoso y poderoso, el mismo iba a ser importante y rico. El precio que exigió por el Señor fue el equivalente al valor de un esclavo de mediana “calidad”. Pero cuando vio el curso de los acontecimientos, el arresto y el proceso injusto, se arrepintió y quiso devolver el pago de su traición. Al final pudo reconocer que Jesús era inocente, pero su arrepentimiento fue uno sin esperanza, un remordimiento que le llevó a la desesperación, y finalmente al suicidio. En las monedas de judas están también las monedas de nuestras traiciones y de nuestras decepciones. Roguemos al Señor que nos ayude superar nuestra soberbia, madurar y crecer para saber esperar, reconociendo que la gracia y el amor de Dios es mayor que nuestro pecado y traición.