04/12/2025
02:15 AM

Tránsito de dos amigos

Víctor Ramos

Dos amigos y compañeros han hecho su tránsito al más allá. Su partida deja un hueco insuperable en el cariño de sus familias y en nuestro sentimiento de compañeros de ideales, en el ejercicio profesional y en el ejercicio de una amistad inquebrantable.

Lorenzo Amador, Lenchito, como le conocíamos, hijo de Jesús de Otoro, desde chico se destacó en la escuela Renovación, en donde mi madre fue su maestra. Su padre, un hombre de convicciones firmes como hombre de bien y que poseía recursos obtenidos de sus negocios en la ganadería y el café, le envió, primero a hacer su secundaria en Tegucigalpa y luego a estudiar medicina en México, de donde regresó convertido en especialista en gastroenterología.

Él era el mayor de los hermanos varones y yo tenía más afinidad con sus hermanos menores cuyas edades se acercaban a la mía. Pero cuando regresó de México sí pudimos acercarnos, primero porque coincidíamos en la formación profesional como médicos y luego, contra todo pronóstico, Lorenzo no siguió la orientación política de su padre, quien era un líder del Partido Nacional en Otoro, sino que se afilió a la corriente más progresista del Partido Liberal y luego avanzó hasta acercarse a un pensador formado en teoría del socialismo democrático, tendencia política que él consideraba como la solución para los más trascendentes y graves problemas con que se enfrenta Honduras.

Acompañado por la Dra. Rosario Aguilar, su esposa, le vi participar en las manifestaciones para protestar contra el golpe de Estado; desgraciadamente un accidente cerebral vascular le tumbó, paralizado en una cama en donde pasó días, meses y años de lucha para recuperar su salud. Sus hijos, su esposa, sus familiares y muchísimos hondureños le extrañamos en grande. Fui, en una ocasión, a verle en su lecho de enfermo y me admiró la fuerza de su voluntad que le hizo luchar por la vida con una tenacidad inquebrantable. Su vida fue productiva en el área de la medicina y también como activista político que tuvo, siempre, una visión correcta de hacia dónde debe encaminar sus pasos Honduras para enfilarse hacia el desarrollo y la plena soberanía.

El otro amigo es Francisco Cadillo. Él estudió en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en donde nos conocimos. En la Facultad, posiblemente pasó por mi aula, pero nuestra amistad se profundizó cuando él ingresó a la docencia para impartir la cátedra de Semiología -se había graduado de médico internista-. Fue, precisamente, en el área docente en donde tuvimos el mayor acercamiento porque coincidíamos, en gran medida, en las soluciones necesarias para transformar la Facultad, principalmente la carrera de medicina, para ponerla a la altura de los últimos avances científicos, con el fin de formar profesionales conocedores de todos los elementos esenciales para el ejercicio médico y fortalecer en los muchachos el espíritu de solidaridad que debe caracterizar el ejercicio médico.

Ambos aspiramos a decano de la Facultad, deseo que no se concretó para ninguno de los dos porque nuestras ideas contrastaban con el tradicionalismo y los intereses sectarios de quienes habían usurpado por medios ilegales la conducción de la Universidad convirtiendo a la institución en un reducto gobernado por profesionales y estudiantes que lindaban con el neofascismo.

Ambos coincidíamos en que las reformas al plan de estudio deberían basarse en los avances de la genética, ciencia convertida en el eje del desarrollo de la medicina moderna, pues ofrece las más amplias perspectivas para el diagnóstico y curación de muchísimas enfermedades que por ahora son prácticamente intratables, como es el caso del cáncer.

Tenía Cadillo pasión por la docencia y alcanzó puestos de conducción en la docencia y en la clínica en el Hospital Escuela. Sus alumnos le apreciaban en gran medida y hubo muchos que compartían sus ideas renovadoras en la enseñanza médica que, desgraciadamente, no pudo poner en práctica. Cadillo tenía grandes aficiones: la música (ejecutaba algunos instrumentos), los autos viejos (dejó una colección significativa), los deportes. En una ocasión, en que coincidimos en las playas del Caribe, me montó en su moto acuática y me dio un paseo que, por inexperto yo, transcurrió, para mí, con mucho miedo.

Fue un esposo amoroso, un padre dedicado a sus hijos y un amigo sincero que siempre brindó su alegría por la vida y su entusiasmo por hacer mucho por la enseñanza médica. Un amigo cabal.

Como pidió Morazán, la posteridad no les olvidará.

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