En 2018 se registró un sensible caso, cuando un bebé de tres meses viajaba en brazos de su joven madre en una caravana de Guatemala en busca de que su hijo creciera y realizara su vida en Estados Unidos.
En 2019, un grupo de jóvenes salieron de El Salvador, entre ellos, un menor de edad con una sola pierna, apoyado en muletas, formó parte de una de las caravanas en busca del “sueño americano”. En los primeros meses del año 2021 una anciana de 93 años acepta ser llevada por su hija en una silla de ruedas en otra de las enésimas caravanas que han salido de Honduras en los últimos meses.
Sorprendente y lamentable que esas personas, un nietecito recién nacido, un adolescente discapacitado y una abuelita de avanzada edad, formen parte de esos desesperados éxodos.
Y que pareciera que huyen de una cruenta guerra o de una peste sin final, por culpa de los que han y gobiernan estos países centroamericanos, especialmente Honduras.
Donde las remesas familiares que envían los “mojados”, que lograron pasar en años o décadas pasadas, se han convertido en las principales entradas de divisas. El país en el año 2020 superó los 5,736 millones de dólares.
Penoso y vergonzoso que es la principal y mayor suma de entrada de divisas en un país que ve a sus hijos e hijas nacer, crecer y partir.
De los tres casos narrados al comienzo, el bebé relataron que murió por asfixia; el joven inválido, atropellado por un automóvil, y la abuela, Trinidad Tábora, falleció el miércoles pasado huyendo de un país llamado Honduras.