07/12/2025
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¿Qué nos espera?

  • 06 enero 2025 /

La globalización económica, ese fenómeno que transformó al mundo tras la Segunda Guerra Mundial, está llegando a su fin. Durante décadas, las naciones más ricas dirigieron cantidades colosales de capital hacia los países en desarrollo, impulsadas por una lógica puramente económica: la mano de obra en el sur global era barata y abundante. Este periodo único en la historia de la humanidad permitió que países como Corea del Sur y Costa Rica se convirtieran en modelos de desarrollo y modernización. Sin embargo, ese auge de globalización que prometía paz y prosperidad para todos ahora está tambaleando, y Honduras, lamentablemente, se ha quedado al margen de los beneficios.

Con la elección de Donald Trump en 2018 y la consolidación de políticas proteccionistas en economías clave, el mundo parece haber entrado en una era de desglobalización. Las teorías de Ronald Reagan y Margaret Thatcher sobre el comercio internacional como herramienta para la paz mundial han demostrado ser demasiado optimistas. Lejos de prevenir conflictos, las interdependencias económicas se han convertido en armas geopolíticas, claramente ejemplificado a través de decisiones como la de Vladimir Putin y su corte de suministros de gas a Europa después del comienzo de la guerra ruso-ucraniana, exponiendo cómo estas conexiones estructurales pueden ser utilizadas con fines coercitivos. En este contexto de tensiones globales, los países en desarrollo enfrentan un futuro incierto. Honduras, en particular, ha perdido una oportunidad histórica. Durante los años de mayor auge de la globalización, el país pudo haber aprovechado la inversión extranjera para desarrollar su capital humano, fortalecer su infraestructura y diversificar su economía. Corea del Sur, con una historia de pobreza extrema a mediados del siglo XX, canalizó las inversiones extranjeras hacia sectores estratégicos como la tecnología y la educación, logrando convertirse en una potencia económica. Costa Rica, por su parte, apostó por la abolición de la milicia, la estabilidad política y el desarrollo su medio ambiente, atrayendo industrias de alta tecnología y convirtiéndose en un referente de sostenibilidad. Honduras, sin embargo, parece haber desperdiciado estas décadas de oportunidad. Las razones son múltiples y bien conocidas: dictaduras militares, narcotráfico, la ausencia de un interés nacional claro, corrupción generalizada, y una dependencia excesiva de remesas y monocultivos. Mientras otros países del sur global se modernizaban y reducían su dependencia del capital extranjero, Honduras se mantuvo atrapada en un modelo económico extractivista, sin una visión clara de futuro. Hoy, con el retroceso de la globalización y el fortalecimiento de tendencias autárquicas en todo el mundo, las oportunidades de integrarse a cadenas globales de valor son cada vez más limitadas.

La tragedia es evidente: en lugar de utilizar la globalización para acumular recursos y construir una sociedad resiliente, Honduras se encuentra en una situación de vulnerabilidad extrema. Ante un mundo cada vez más fragmentado, ¿cómo atraeremos capitales foráneos a el país? ¡Es viable pensar en un modelo de autarquía cuando pasamos por una época en la que importamos todo, hasta los frijoles! Si la globalización fue una oportunidad perdida, el futuro parece plantear un reto aún mayor.

Honduras también enfrenta preguntas existenciales. Con un Estado debilitado, con instituciones que a menudo parecen simbólicas y con una fuerza militar incapaz de defender la soberanía del país en caso de una amenaza externa, ¿podemos realmente considerarnos un estado funcional? Nuestros pobres hermano misquitos, víctimas del fracaso del Estado en decir presente y hacer frente a los cientos de problemas que hoy amenazan su forma de vida. Estas reflexiones nos obligan a cuestionar cómo un país con tantos recursos humanos y naturales llegó a esta situación. Mientras nosotros decidimos si construimos una cárcel en una isla, o si nuestros diputados deberían de rendir cuentas por los millones que reciben, Corea del Sur y Costa Rica supieron leer las señales del contexto global para transformarse, y ahora producen microchips, el oro del siglo 21. Honduras parece haber estado demasiado ocupada apagando incendios internos para aprovechar la ola de la globalización – no debemos ver tan lejos en realidad, pues una hermana república más pequeña que Olancho es ahora referente mundial en el mundo del blockchain.

La desglobalización es una realidad. Las preguntas que debemos hacernos son: ¿Cuáles serán nuestras estrategias para sobrevivir en un mundo más fragmentado? ¿Cómo construiremos resiliencia económica en un contexto en el que las grandes potencias prefieren mirar hacia adentro? Y, sobre todo, ¿qué futuro le espera a un país que nunca logró aprovechar las oportunidades que el auge de la globalización le puso al alcance de la mano?

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