Lo anterior viene, a cuento, por la actitud general de Bukele; sus pretensiones mesiánicas regionales y el aumento de sus efectivos hasta 40,000 hombres sobre las armas, lo que además de romper el equilibrio pone en peligro a Honduras, que al desarrollar su infraestructura facilita la penetración de fuerzas contrarias y coloca a nuestro principal aeropuerto central a 6 minutos del Monseñor San Romero, su principal base aérea.
Lo anterior obliga a Honduras a plantearse cuestiones nuevas y actuar de cara a un inevitable y necesario aumento del poder de fuego, la reforma de sus fuerzas militares actuales –retirando sus militares de tareas de lucha en contra de maras y pandillas, que debe ser exclusiva de la Policía– de forma que los militares estén dedicados a defender el territorio nacional.
En otras palabras, es necesario cambiar el modelo de despliegue de tropas, teatros de guerra, objetivos que atacar del adversario y formas de defender los recursos fundamentales de la retaguardia. Ello supone entonces cambiar el tipo de organización de los dispositivos, para que en vez de una fuerza estacionaria contemos con tropas ágiles, rápidas, que podamos movilizar en nuestra frontera sur, suficiente entrenadas para efectuar penetraciones en territorio enemigo, para así vincular la doctrina defensiva hondureña, con dispositivos de ataque, tanto preventivos como defensivos, en el territorio enemigo. La Infantería debe ejercer el liderazgo; pero la Fuerza Aérea y la Artillería, con la que no contábamos en 1969, debe ser respaldada por la Armada, porque sin duda, esta vez, teatro de guerra importante será el golfo de Fonseca y el Pacífico.
Todo lo anterior requiere mucho dinero. Aumentar la operatividad de la Fuerza Aérea, la que es superada en poder de fuego por El Salvador; reforzar la base naval de Amapala, moviendo naves del Caribe; ampliar la artillería y mejorar nuestros tanques, aumentando su número, así como el transporte de tropas, lo que requiere muchos recursos.
Y para contar con ellos, nuestro país tiene que hacer dos definiciones fundamentales: una, que la clase política establezca dos escenarios en donde manejar sus diferencias: el interno subordinado al externo, para que nunca el primero ponga en peligro la operación exitosa de este último. La vanguardia interna debe estar sólidamente consolidada. Y la segunda, reformar el sistema económico para aumentar la capacidad productiva y la productividad, de forma que durante el combate la producción no se interrumpa, sino que más bien se intensifique.
Y, finalmente, hay que revisar las tácticas para detener a los salvadoreños aprovechando sus errores. Debemos evitar la confrontación por el centro, distanciar su vanguardia de su retaguardia efectuando acciones de aproximación indirecta. En vez de confrontación frontal, preferir las alas y penetrar en territorio salvadoreño para dificultar la vinculación de la retaguardia con su vanguardia para detener su avance y derrotarlos. La preparación evitará la confrontación. Todas las decisiones militares las toman los políticos cuando creen que usando la fuerza pueden derrotar al adversario porque luce débil y sin voluntad. Prepararnos es el camino para la paz con El Salvador.