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Paro nacional

  • 26 noviembre 2019 /

Víctor Meza

Desde el año 2009, inmediatamente después del fatídico golpe de Estado, diversos actores políticos y sociales anuncian con cierta euforia y candor la “próxima” realización de un paro a nivel nacional. Los avisos se repiten con la misma frecuencia con la que se olvida o posterga la convocatoria. Su reiterado anuncio nos recuerda la historia del pastor aquel que de tanto alertar sobre la llegada del lobo para agredir a sus ovejas acabó finalmente siendo repudiado por los vecinos, que, cansados de las falsas alertas, optaron por desatender sus reclamos. Cuando el lobo finalmente llegó ya era tarde para todos…

Entiendo que las cosas no son tan sencillas como parecen. Convocar el paro puede ser fácil, tan fácil como difícil es llevarlo a cabo. El problema es que si se le convoca y no se realiza, los convocantes pierden credibilidad y, llegado el momento, puede suceder que nadie les atienda sus legítimos llamamientos. No se puede defraudar las esperanzas de la gente, con mayor razón si esa gente parece estar al borde del cansancio y a punto de caer en el desencanto y el descreimiento total. Eso de lanzar consignas al aire y anunciar acciones definitivas no es cosa de juegos.

Un paro nacional es una acción definitiva, es casi una apuesta final. Antes de convocarlo se debe estar seguro de la dimensión de las propias fuerzas, su nivel organizativo, su disposición de ánimo y, en consecuencia, su capacidad de movilización real y su voluntad de resistencia. Casi nada.

El paro nacional, para tener éxito, debe convocar los más amplios sectores sociales y paralizar los engranajes claves de la producción nacional, detener el flujo de mercancías y, a la vez, controlar las rutas claves del transporte urbano e interurbano en todo el territorio nacional. Un paro nacional pone al Estado en una encrucijada y acorrala al Gobierno de turno. Dispersa sus propias acciones y, en consecuencia, fractura y divide la acción represiva del régimen. Un paro nacional es una apuesta decisiva al todo o nada.

Pero es importante saber que el paro nacional no solo es una protesta, debe ser también una propuesta; es decir, ir acompañado de una opción política, un planteamiento viable para superar la situación de crisis y el meollo del conflicto. El paro sin propuesta se queda a medias, es una acción incompleta, un desafío inconcluso.

Se debe tomar en cuenta la diversidad de factores que deberían estar involucrados en la dinámica del paro nacional. Si se paraliza la producción, es fundamental la de los empresarios, de los transportistas, de los sindicatos, los diferentes gremios y sectores sociales. Los paros nacionales no se hacen solo con estudiantes, aunque el entusiasmo y el vigor de los jóvenes es clave para el éxito. Si el llamado movimiento obrero es débil y vacilante, habrá que pensar en actores sustitutos. Lo mismo puede pasar con el movimiento campesino, tan dividido y cooptado actualmente. Se debe tener en cuenta, además, el carácter sectorial de las demandas, evitando el riesgo del abandono por parte de sectores gremiales que aprovechan los paros para negociar sus propias peticiones.

Una estrategia adecuada, acompañada de una táctica tan ágil como fluctuante, requiere una valoración cuidadosa de cada actor participante, la medición de su fuerza y su disposición a la sostenibilidad de la protesta. Necesita, asimismo, de una convicción unitaria que dé consistencia y energía rebelde a la coalición de fuerzas que promueve y lleva a cabo el paro nacional.

No se debe confundir un paro con un estado simple de insubordinación nacional, tampoco se debe confundir con la acción vandálica y caótica de las turbas. En pocas palabras, lo que quiero decir es que una acción semejante, es decir, un conjunto de actividades que paralicen el país y coloquen al régimen contra las cuerdas, no es algo que se hace de pronto, al calor del entusiasmo de las manifestaciones callejeras y como un recurso táctico de unidad pasajera.

La responsabilidad de los convocantes debe ser tan grande, como grande es la esperanza y el afán opositor de los convocados.