Hasta el mítico personaje de San Nicolás tiene el sello de la importación: llegó hace un siglo desde Grecia y al pasar por Nueva York, cambió su nombre por el de Santa Claus. Arribó en su mágico trineo jalado por renos criados en gélidas tierras, a los cálidos países caribeños vistiendo un exótico traje que debió cambiar por una vestimenta fresca, propia de nuestra cultura. Realmente se trata de San Nicolás de Bari, nacido alrededor del año 270 d.C. en la ciudad griega de Patara. Con el tiempo, una marca internacional de refrescos lo transformó en el personaje festivo que da obsequios a los niños buenos en Nochebuena.
Así como este abuelo rechoncho, el Frosty con nariz de palo y ojos de botones, también es foráneo. Me permito imaginar que por ser de nieve se derritió en el camino, por eso aquí se replica a base de algodón o de otro material níveo. En la gastronomía navideña, el jolote indio, al que se le da aguardiente antes de ser sacrificado para que su carne no se ponga dura por el estrés de la muerte, ha sido desplazado por pavos rubios que llegan en contenedores refrigerados de los EE UU. Frutas como las mandarinas, las fresas y los rambutanes que colorean nuestra floresta, son relegadas por las glamurosas manzanas, uvas y peras extranjeras.
Solamente está quedando, en nuestra mesa navideña, el sabor hondureño de los humildes nacatamales, torrejas y cerdos sacados dorados de las entrañas ardientes de los hornos de tierra. Debo reconocer que la importación de arbolitos navideños sintéticos, ha sido beneficiosa para el medio ambiente, pues antes se cortaban los pinos de nuestras montañas para ser adornados en la Pascua.
Entre la avalancha de importaciones que menoscaba la débil economía del país, es loable la labor de los artesanos criollos puesto que la mayoría de las figuras de los nacimientos son hechas con arcilla morena de las canteras hondureñas. Todavía hay gente que dedica arte y paciencia a construir belenes con la figura del Niño Dios reinando en un rincón con sus brazos extendidos hacia el cielo. Pareciera que pide protección divina, no para su cuerpecito desnudo, sino para quienes, en nombre de su natividad, se embriagan con licores importados que, tomados en exceso, son tan peligrosos como el guaro catracho, sobre todo si se combinan con el volante. Antaño se atribuía a aquel tierno que nació en una miserable caballeriza de Belén, el don de dar regalos a los niños bien portados, pero más bien fue él quien recibió oro, incienso y mirra de parte de los reyes magos, de allí surgió la tradición de regalar en Navidad. 2022 años después del nacimiento del hijo de María y José, aún no gozamos de verdaderos tiempos de paz y amor que mitiguen la convulsión política y social “made in Honduras”.