El tiempo pasa tan de prisa a nuestro alrededor que tan solo nos damos oportunidad de “sobrevivir”; somos esclavos de la rutina y pasamos cada uno de nuestros días sumergidos en un mar de problemas y de situaciones triviales que pocos momentos libres nos dejan. Este mensaje me lo envió una gran amiga.
He dedicado algunos instantes a recordar cuando fue la última vez que estando en alguna reunión o simplemente platicando con alguien haya escuchado algún comentario que dijera algo tan simple, como “ayer vi un hermoso atardecer”, o bien, “vi a un grupo de aves volar hacia el sur”, y aún no puedo recordarlo.
Vivimos en un mundo en el cual es más importante saber a cuánto cerró la bolsa hoy que como amaneció nuestra madre. Con esto quiero decir que hemos puesto a las personas en un segundo plano, que nos hemos vuelto frívolos y egoístas.
Nos hemos olvidado que somos las personas las que movemos al mundo y no al revés, hemos olvidado el VIVIR para pasar tan solo a SOBREVIVIR en un mundo regido por el caos y la complejidad.
Cuantificamos nuestro tiempo en dinero, pero nunca nos percatamos de que al hacer eso estamos perdiendo cosas tan grandes, como la infancia de nuestros hijos, la oportunidad de disfrutar a nuestros padres o de visitar algún amigo.
Al escribir estas palabras me he dado cuenta de que es más valioso para mí pasar 30 minutos con mis hijos jugando fútbol que pasar tres horas intentando terminar ese proyecto que de cualquier forma veré mañana.
Me he dado cuenta de que me cuesta menos tomar el teléfono y hablarle a mi madre para preguntarle sobre qué tal amaneció hoy, a discutir interminablemente con mis colegas sobre el futuro de la economía. Me he dado cuenta de que es más importante para mí escuchar los sueños de mis amigos, que ver las frivolidades que pasan por la televisión.
¡Me he dado cuenta de las cosas que me hacen sentir vivo!Estoy convencido de que nacimos para VIVIR y no para SOBREVIVIR...