13/10/2024
08:00 AM

Mientras aún haya tiempo

Salomón Melgares Jr.

La historia del rey David revela a un hombre que dista mucho de ser perfecto. Sin embargo, tuvo un corazón alineado con Dios, intentando hacer Su voluntad, y arrepintiéndose al darse cuenta de la maldad a la que le dio lugar (Salmo 32; Hechos 13:22).

Esta realidad de David pone las palabras del Salmo 32 en un lugar más prominente. “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano” (vv. 3 y 4, NTV). La confesión, entonces, le trajo a David paz. “Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: ‘Le confesaré mis rebeliones al Señor’, ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció” (v. 5, NTV).

En nuestras pruebas más profundas, cuando todo está cambiando para peor -escribió alguien en una ocasión-, es difícil imaginar que algo maravilloso pueda suceder. Existe tal disparidad entre lo que sabemos de un Dios amoroso y las circunstancias tan reales que enfrentamos. Pero el amor de Dios es, precisamente, eso maravilloso que anhelamos que ocurra. Por eso David pudo exclamar: “¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado! Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el Señor les borró la culpa de su cuenta...! (vv. 1 y 2, NTV). Y luego instó: “Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio” (v. 6, NTV).

¿Se está sintiendo como David, querido lector? ¿Cree que su corazón está afligido, insatisfecho o sediento de afecto? Ríndase a Dios y deje que su amor restructure todo en usted. Luego, Él también hará esto: “Tendrá... compasión..., perdonará [sus] culpas y arrojará todos [sus] pecados a las oscuras profundidades del mar” (Miqueas 7:19, PDT).