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Los laberintos del poder imperial

  • 28 septiembre 2021 /
Víctor Meza

Aprovechando el internamiento forzado a causa de la pandemia del covid-19, he leído en los últimos días dos de los más recientes libros escritos por Bob Woodward, célebre periodista del Washington Post, sobre el mandato de Donald Trump. Woodward ha tenido, sin duda, un acceso privilegiado a las mejores fuentes en la Casa Blanca y, por supuesto, al propio personaje central, el hoy expresidente Trump. Pero no solo eso, el autor viene precedido de su genuina fama, adquirida durante la investigación periodística relacionada con el escándalo del Watergate, que, al final, el 9 de agosto de 1974, dio al traste con el mandato presidencial de Richard Nixon. O sea, pues, que Woodward es garantía de calidad y veracidad, dos virtudes cada vez más escasas en estos tiempos de fake news y periodismo del silencio.

Los dos libros mencionados - “Miedo: Trump en la Casa Blanca” (septiembre, 2018) y “Rabia” (septiembre, 2020)– junto al más reciente –“Peligro”, escrito en compañía de Robert Costa (septiembre, 2021)- forman parte de una trilogía que, con la maestría y acuciosidad habitual de su autor, describe y analiza no solo los rasgos más característicos de la personalidad de Trump, sino también, y esto es quizás lo más importante, las consecuencias y el impacto de sus principales iniciativas políticas y medidas administrativas durante su polémica y tristemente convulsa administración (enero, 2017 – enero, 2021).

Recomiendo la lectura de estos libros a todos aquellos compatriotas que aspiran a dirigir la administración gubernamental a partir del próximo año. A lo mejor es mucho pedir, me dirá más de alguno, pero creo que no está de más la recomendación y, a lo mejor, algunos de ellos siguen el consejo y, estoy seguro, aprenden mucho sobre la forma en que se debería gestionar el poder y, sobre todo, la forma en que no se debería hacerlo.

La administración Trump tuvo entre otras características destacables las de la improvisación en la toma de decisiones, el menosprecio por el valor y funcionamiento de las instituciones en el Estado democrático, la supremacía de los costos económicos sobre las ventajas políticas y, por supuesto, un grosero y repudiable irrespeto hacia muchos de los altos funcionarios que aceptaron acompañarle en su aventura gubernamental. El expresidente Trump, quien, dicho sea de paso, amenaza con buscar la reelección y repetir sus demenciales acciones en la Casa Blanca, llevó hasta sus límites casi intolerables los abusos del poder, el autoritarismo a ultranza, el irrespeto a la institucionalidad centenaria de un Estado de derecho consolidado y, lo que es más increíble, puso al mundo en más de una ocasión en situaciones tan extremas y tensas en que la guerra nuclear aparecía como una opción viable y hasta recomendable. El manejo de las relaciones con la República Popular China, con Corea del Norte e Irán es un buen ejemplo para medir hasta dónde puede llegar el peligro de una hecatombe atómica cuando el poder de decisión está en las manos equivocadas.

Ya sé que las comparaciones con frecuencia resultan odiosas, pero no resisto la tentación de recordar a nuestros aspirantes la seria responsabilidad que significa, o debe significar, el acto de gobernar un conglomerado humano y conducir un país por caminos de paz, desarrollo y prosperidad. Gobernar no es un juego de intereses minúsculos para enriquecer a las élites y beneficiar a unos pocos, como generalmente sucede aquí en estas honduras.

Es algo infinitamente más trascendente y vital. Involucra el destino y la suerte de miles de seres humanos, de la nación entera, del país en su conjunto.

Por lo tanto, ya que las cosas son así, lo menos que puedo pedir desde estas líneas a los compatriotas que quieren gobernarnos es que lean, que se informen, que se enteren de otras experiencias, buenas y malas, para que no se cumpla aquello de que el que desconoce la historia correrá siempre el riesgo de repetirla. O algo peor: que en el país de los ciegos, el tuerto no siempre es rey, suele ser un verdadero canalla.

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