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Los cortacabezas de ayer y hoy

  • 21 febrero 2023 /

Fue el general Gregorio Ferrera, hombre blanco nacido en la aldea de San Jerónimo del municipio de Jesús de Otoro, a quien se le conocía popularmente como el Indio Ferrera, quien entusiasmó a los indígenas de Intibucá para que le acompañaran en las aventuras belicistas que caracterizaron la vida caudillesca de las primeras décadas del siglo XX en Honduras.

Gregorio Ferrera transmitió a los indígenas de Intibucá la esperanza de que, de llegar al ejercicio de la presidencia de la república –objetivo que nunca logró-, se ocuparía de dar la merecida atención a los aborígenes lencas intibucanos para que salieran del abandono y de la miseria en que se han mantenido hasta nuestros días. Los indios de las tropas de Ferrera, no sé si por esta esperanza sembrada en las mentes de los indios por parte de su caudillo o por otras razones, eran audaces y sanguinarios, de tal manera que, tanto a ellos como a su jefe, se les llamaba los corta cabezas porque no tenían empacho, en el campo de batalla, para decapitar de un certero machetazo a los soldados contrincantes.

Eran, en ese tiempo, militantes del Partido Liberal. Pero se dio la circunstancia de que, durante el gobierno liberal de Mejía Colindres, el Indio Ferrera, que se había ocupado de administrar como bananero independiente una finca en las inmediaciones de Pimienta, fue llamado por los personeros de la Tela Rail Road Co. para que iniciara un levantamiento en contra del gobierno para impedir que se impusiera un nuevo impuesto a la empresa bananera norteamericana. Ferrera organizó un ejército e hizo traer a sus fieles indios. Durante el primer enfrentamiento con las tropas gubernamentales, que Ferrera parece ser iba ganando, el caudillo se sintió enfermo y ordenó la retirada, circunstancia que aprovecharon los gubernamentales para diezmar las tropas ferreristas. Ferrera huyó a una montaña aledaña a la localidad de Cofradía junto con algunos de sus amigos más cercanos incluido un farmacéutico. Este reclutó a alguien de Cofradía y lo envió a San Pedro Sula a comprar los medicamentos para Ferrera. El mensajero no fue a la farmacia sino al cuartel a denunciar en donde se encontraba Ferrera. El comandante de San Pedro envió tropas que sorprendieron a Ferrera y sus amigos y a pesar de que se rindieron fueron asesinados. Los indios de Intibucá no perdonaron ese crimen perpetrado durante el gobierno liberal y se convirtieron en cariistas furibundos. En las elecciones votaron por Carías y los hay que, borrachos, echan vivas todavía al general Carías.

Traigo esto porque he leído en los periódicos una espeluznante noticia: han asesinado a tres integrantes de una familia en el municipio de San Miguelito, realmente llamado San Miguel Guancapla, en Intibucá. A una de las víctimas incluso le han prendido fuego, y no satisfechos con ese crimen acudieron a la casa de los asesinados para intentar quitarle la vida a balazos a la mujer de uno de los asesinados y a sus hijos menores que han resultado heridos. La casa fue incendiada. Los periódicos nos recuerdan que son 5 masacres en lo que va del año, pero si nos tomamos la tarea de revisar las páginas diarias dedicadas a los crímenes, veremos que se trata de una cadena de asesinatos horripilantes que se producen casi continuamente, sin respetar niños que ahora son acribillados junto con sus padres o abusados sexualmente. Todo esto no deja de ser preocupante porque, además, la mayoría de estos crímenes quedan en la impunidad, circunstancias que deja con muy mala imagen a la Policía que no ha podido ni con la criminalidad común, ni con la criminalidad de las maras y el narcotráfico, situación que tiene, prácticamente, a los hondureños manos arriba.

Todo esto me lleva a la reflexión y a cavilar sobre si realmente seguimos en la época de los cortacabezas, en la edad del salvajismo, en el arrinconamiento de sálvese quien pueda. Hay otra circunstancia que alimenta esta violencia irracional de hondureños contra hondureños: la miseria, la orfandad, la incapacidad de la mayoría de los hondureños con sus mujeres y sus hijos de acceder a una vida digna que le permita borrar las ideas de que todo se resuelve mediante la violencia o que la supervivencia se supera con la delincuencia y el asesinato, como bien retrató al país Pablo Zelaya Sierra,

Mientras los indígenas de Intibucá no tengan que comer, casa digna para habitar, oportunidades de escuela para sus niños y de salud en los centros sanitarios del Estado, de justicia, de tierras y asistencia técnica y crediticia, de vestuario adecuado que no provenga de los bultos de ropa usada, no tendrán otra alternativa que sobrevivir mediante el uso de la violencia que aunque ahora no cortacabezas, si acaba con muchas vidas valiosas.

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