Este día en que comercialmente se celebra el Día del Amor y la Amistad quiero referirme a la esencia de las relaciones humanas saludables y que por ende, las hace perdurar en el tiempo a pesar de las crisis normales que aparecen en la naturaleza humana.
Este elemento inmaterial es la lealtad que se define como la actitud de quien no engaña, traiciona o abandona a sus amigos y superiores, o de quien se mantiene firme en sus ideales y convicciones.
Esta simple definición nos lleva a identificar que la lealtad es una decisión que asumimos primero con nosotros mismos, pero que también nos comprometemos a ser leales en nuestras relaciones interpersonales con los semejantes.
La ocasión es propicia para evaluar nuestro nivel de lealtad y compromiso en el matrimonio, con los hijos, con la empresa en la cual laboramos, con la congregación a la cual asistimos, con los ideales que profesamos, en fin, ese compromiso firme debe ser parte inherente de nuestra conducta y comportamiento habitual.
Uno de los factores sociales que anhelamos en tiempos turbulentos es la lealtad de la clase política a una visión integra de un país libre de corrupción y con posibilidades reales de alzar el ansiado vuelo del desarrollo; si el funcionario a quien se le ha confiado una actividad pública no es leal estaremos entonces sin posibilidades reales de ver nuevos amaneceres de justicia y plenitud.
Es menester también que el ciudadano esté comprometido con los grandes valores cívicos, republicanos y democráticos; ser leal a la decencia, leal en el pago de los impuestos, leal con la comunidad en la cual vive y en la cual se espera que su aporte sea significativo.
Así que este día que tiene claros matices lucrativos es más importante que midamos nuestro amor y amistad no por el precio del regalo, sino por la profundidad del cimiento de nuestras lealtades, por la capacidad de permanecer firmes ante los obstáculos, y por la empatía solidaria que debe regir el trato con nuestros prójimos.
