23/04/2024
02:36 AM

La nueva cara de Estados Unidos

Jorge Ramos Ávalos

El futuro ya llegó, y habla español. ​El 9 de noviembre de 1984, el líder de los campesinos César Chávez dio un visionario discurso en el Commonwealth Club de San Francisco, California. La ola latina estaba tomando impulso -gracias a los cambios de las leyes migratorias de 1965 y al crecimiento demográfico de los hispanos- y Chávez se dio cuenta de que eso, eventualmente, cambiaría a fondo el lugar donde vivía. “Hemos visto el futuro y el futuro es nuestro”, dijo en ese discurso. “La historia, inevitablemente, está de nuestro lado. Los campesinos y sus hijos, y los hispanos y sus hijos, son el futuro en California…”. Solo le faltó decir: en California y en todo Estados Unidos.

​Lo que César Chávez veía como inevitable es lo que la oficina del censo acaba de confirmar: que cada vez somos más latinos, que la población blanca está disminuyendo y que el destino de Estados Unidos es multiétnico y multirracial.

Es la nueva cara de Estados Unidos.

No es que el país va a cambiar, es que ya cambió. Las cifras son impactantes. Actualmente somos más de 62 millones de latinos en Estados Unidos. Esto es un aumento del 23 por ciento en una década. Y seguimos creciendo por la migración y por tasas de natalidad superiores al resto de la población.

Hoy casi una de cada cinco personas en este país (18.7%) es de origen hispano. Esto tiene enormes implicaciones. Si somos el 18 por ciento de la población, deberíamos tener al menos 18 senadores, pero solo tenemos seis. Además de Sonia Sotomayor, deberíamos tener otro miembro hispano en la Corte Suprema de Justicia.

Las películas de Hollywood y las series de Netflix deberían tener más actores, productores y directores latinos. Y así podríamos llenar toda una página de cosas que deberían cambiar debido a nuestra creciente presencia en la sociedad estadounidense. No estoy pidiendo cuotas, solo el lugar y el espacio que nos corresponde. Estamos en un momento de transición. Estamos pasando de grandes números a un pedacito de poder.

​EE UU también es nuestro país, aunque hablemos español, hayamos nacido en Latinoamérica o llegado recientemente. De hecho, este país se parece cada vez más a nosotros, no es un país blanco.

Por primera vez desde el censo de 1790 disminuyó la población blanca (no hispana). En una década, los blancos pasaron de ser el 63 por ciento del total a solo el 57 por ciento (o 191 millones). Los mismos cálculos de la oficina del censo indican que para 2044 todos, incluyendo los blancos, seremos una minoría en Estados Unidos.

Esto, por supuesto, pone muy nerviosos a los supremacistas blancos, pero, en la práctica, el cambio ya se está dando. Las cifras del censo indican, claramente, que en un país con menos blancos nadie puede llegar a la Casa Blanca o a puestos importantes sin el voto latino. Joe Biden le debe su victoria, en parte, a la mayoría de los 16 millones de hispanos que salieron a votar en las pasadas elecciones de 2020. Sin latinos no habría presidente Biden ni presidente Barack Obama.

El futuro sugiere más Obamas y menos Trumps.

Cada vez habrá menos blancos y más latinos, asiáticos y miembros de minorías. De hecho, según las mismas cifras del censo, hay más de 33 millones de estadounidenses que se identifican con dos razas o más, por eso es tan importante hablar de diversidad y respetar nuestras diferencias.

La diversidad no es solo una palabra repetida hasta el cansancio en las agendas políticas de los liberales. No, el respeto a la diversidad cultural, étnica y racial es la única fórmula que tenemos para salir adelante en este país, no hay otro camino. El experimento americano va bien. Nos estamos diversificando hacia dentro y seguimos abiertos al resto del mundo. Hay pocos países así. Aquí somos de todos lados y predomina, a pesar de las resistencias y los prejuicios adquiridos, la idea de ayudar, aceptar e integrar a los que vienen de fuera.

Vean, por ejemplo, lo que está pasando en la frontera sur. En el pasado mes de julio detuvieron a más de 212,000 inmigrantes que entraron ilegalmente desde México. Es la cifra más alta en 21 años. Esto a pesar de las urgentes advertencias del gobierno del presidente Joe Biden de que la frontera está cerrada.

Desde luego que esta es una situación insostenible a largo plazo, pero lo interesante es que estos inmigrantes -que huyen del hambre y la violencia en Centroamérica- no están haciéndole caso al mensaje de “no vengan” de la vicepresidenta Kamala Harris. Al contrario, ven y escuchan a través de las redes sociales, de los medios de comunicación y de sus propios familiares que este es un país cada vez más diverso y abierto, y se lanzan al norte con la familia a cuestas. Los resultados de censo -llenos de diversidad- solo refuerzan su decisión de venir.

Estos inmigrantes potenciales tienen más fe en Estados Unidos que muchos estadounidenses. Si no fuera así, ¿cómo explicar las decenas de miles de niños que han cruzado solos la frontera este año? Esos padres están enviando lo que más quieren en la vida -a sus hijos- a un país en el que confían plenamente. Ese acto de fe es impresionante y refleja una nación que, en lo más esencial, funciona. Ahí están las cifras del censo para probarlo. César Chávez tenía razón, el futuro ya llegó y es nuestro, ahora nos toca cuidarlo.