“El egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desordenada por uno mismo”: Aristóteles.
La palabra egoísmo proviene de las voces latinas ego “yo” y el sufijo ismo, aparece en la lengua española en 1786, con la posibilidad de haberse tomado del francés, el inglés o italiano.
Surge con la palabra egotista, que tiene el mismo significado. Este concepto ha sido altamente cuestionado, es un excesivo apego al bienestar propio, que descuida o vulnera a los demás. Son personas que procuran sacar provecho en todo lo que ellos se conducen, siempre se impacientan al oír a los demás; es decir, quieren ser el foco de atención, buscan y aplican la ley del mínimo de su tiempo, o sea, en sacrificio y costos, dinero y esfuerzo. A la hora de hacer algo siempre apelan a una causa justa para imponer su agenda, son personas que se les dificulta desprenderse de lo propio. El egoísmo siempre fertiliza la ansiedad, ira y sospecha. Hoy se necesitan personas comprometidas, competentes, reflexivas y autónomas.
La fuente de la mayoría de los problemas humanos es la mentalidad de rebeldía, por lo que requiere una transformación interior. Si las personas son más afectuosas, comprensivas y sobre todo fundamentadas en principios y valores, la vida se alarga.
La humanidad está frente a una crisis real de convicción en los principios morales, siendo la fuente de la fuerza interior y la confianza. Desde el punto de vista bíblico se compara el egoísmo con el orgullo, la vanidad y la arrogancia.
El egoísta siempre construye para sí mismo y destruye a los demás. “No hagan nada por orgullo o solo por pelear. Al contrario, hagan todo con humildad, y vean a los demás como mejores a ustedes mismos. Nadie busque el bien solo para sí mismo, sino para todos”. Filipenses 2:3-4 TLA. Es tiempo de dejar la idolatría moderna del “yo”. Pienso, quiero y siento.