18/04/2024
01:53 AM

La historia de un jubilado

Renán Martínez

El sampedrano Carlos Flores Anariba aún era cotizante activo del Seguro Social cuando sufrió un derrame cerebral que lo mantuvo en silla de ruedas durante cuatro años, más no por ello perdió la esperanza de volver a caminar.

El problema sobrevino por un coágulo sanguíneo a la altura de la nuca que casi le provoca la muerte. Estaba en su casa de la colonia Ideal cuando comenzó a tener dificultad para hablar y ver, hasta que finalmente se desplomó. Su esposa, que es enfermera, pidió entonces una ambulancia al sospechar que se trataba de un derrame cerebral.

La ambulancia lo transportaba al Seguro Social, pero tuvo que desviarse a un hospital privado porque había demasiado tráfico en el trayecto y existía el temor que su padecimiento llegara a los linderos de la muerte. En el centro asistencial le extrajeron el trombo que, de haber subido al cerebro, lo hubiera dejado como vegetal para toda la vida, según dijo el neurocirujano.

Tras 16 días de internamiento y haber agotado casi todos sus ahorros en el mismo, el paciente regresó a casa para continuar su tratamiento postoperatorio en el Centro de Rehabilitación Orquídea Blanca del Seguro Social. Pese a los esfuerzos de neurólogos y terapistas de la institución, la invalidez del paciente parecía no dar visos de mejoría por lo que, un amigo con mayor solvencia económica que él, se conmovió hasta las lágrimas de su situación y lo transportó en su carro a un centro privado de rehabilitación.

Después de un año de intensas sesiones de terapia, Flores Anariba salió caminando de la moderna clínica, ya en la antesala de su jubilación.

Ahora tiene 65 años, pero aparenta 75, según él mismo confiesa y lo confirman sus canas, no solo por las secuelas del derrame, sino porque padece además de diabetes e hipertensión arterial, enfermedades que trata de mantener a raya con los medicamentos que suministran a los jubilados en el Seguro Social, cuando los hay.

No se queja de la atención del personal de la institución pues lo tratan “como a un rey”, pero protesta con justa razón, por la raquítica pensión de 2, 206 lempiras mensuales, los que representan menos de lo que gana un diputado en un día.

Gracias a que trabajó toda la vida y se abrió paso como ejecutivo empresarial con un título universitario, logró acumular “algunos centavos” que le ayudan a sobrevivir, pero ya se están agotando.

Camina una hora a diario para no decaer, y se reúne de vez en cuando en su casa con otros jubilados con quienes coincide en que el Congreso Nacional debe aprobar una ley para que se les otorgue como pensión el equivalente a un salario mínimo. Piden, además, que los mantengan al día con sus medicamentos vitales, como prometió la presidente Xiomara Castro y los traten con dignidad, no como a viejos inútiles.