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Hay numerosas cosas pequeñas desapercibidas en la vida cuya grandeza debemos reconocer. Hasta un solo cabello hace su sombra. Todo lo que existe es por algo y para algo. Las cosas y las personas insignificantes, si es que hay alguna persona a la que se la pueda calificar de este modo, será por un fallo de nuestra apreciación pero nunca por su falta de importancia. Es tan grande la importancia de todo lo pequeño que la podemos ver en palabras tan cortas como el sí y el te quiero que pronunciamos en la ceremonia del matrimonio, o en la consagración de la vida pastoral o religiosa, o en el hágase de María, al anunciarle el ángel su inesperada maternidad.
Me gusta la vida aún con sus cosas paradójicas: el éxito y el fracaso, la alegría y el dolor, el amor y el odio, la compañía y la soledad. Me gusta servir, consolar, ayudar, alegrar a los demás. Me gusta reírme con ganas, a carcajadas y hasta me río de mi misma... Me gustan los jóvenes apegados a sus convicciones y los hombres que luchan por sus ideales. Me gustan las mujeres valientes y apasionadas.
Me gusta viajar y me gusta la soledad, me gustan las reuniones de los sábados, me gusta mi reunión de grupo, me gustan talleres de oración y vida, me gustan las noches oscuras sin luz artificial, pero con la luz de las estrellas, me gusta una buena película, me gusta la gente, me gusta vivir intensamente... A pesar de la crisis actual, gracias, Señor, por la vida...