a gracia es la aceptación y amor inmerecidos que se reciben de otra persona, en especial, esta es la actitud característica de Dios al proporcionar salvación para los pecadores. Equivale a un don o regalo inmerecido.
El apóstol Pedro, haciendo referencia a la gracia de Dios manifestada por medio de Jesucristo a favor de toda la humanidad, escribe: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1:18-19, NVI). Aquí, el escritor sagrado nos hace ver que todo creyente en Dios ha sido rescatado de una vida vacía, vana y llena de pecado, y lo motiva a considerar el altísimo precio que fue pagado por su liberación.
Karen Morerod escribe en la revista Decisión, una anécdota muy interesante al respecto. Ella cuenta que estaba en un comercio comprando un suéter. El costo debía ser mínimo, por lo que fue al perchero de liquidación para empezar a ver. Mientras revisaba los suéteres, uno le llamó la atención. Tenía el color y la talla adecuados. Y lo mejor de todo es que la etiqueta del precio decía: $8. Por todo esto lo compró sin pensarlo mucho.
Ya en su casa se puso la prenda de inmediato. Su textura era como la seda. Había hecho su compra tan rápido que no había observado cuán suave y elegante era su adquisición. Entonces, vio la etiqueta del precio original. Y, para su sorpresa, el precio era de ¡$124!
Lanzó una exclamación sonora. Nunca había tenido una prenda de ese valor. Cuando llegó a su casa ella creyó haber hecho una buena compra de baratillo, pero el precio original de la prenda le indicó que era de una calidad mayor de lo que había pensado. Inicialmente, ella no fue consciente de su valor. Reflexionando al respecto Karen dice con sus propias palabras: “Así como con mi suéter, a menudo he tratado el poder de la sangre de Jesús como una ‘compra de baratillo’. Su gracia, aunque gratuita para mí, tuvo una etiqueta de precio muy elevado, la vida del propio Hijo de Dios”.
Con claridad, esta experiencia narrada nos lleva a reflexionar profundamente que el precio de nuestro rescate no fue pagado con cosas pasajeras de este mundo, muy estimadas por los seres humanos, como el oro o la plata. Fue con algo de valor divino e infinito: la preciosa sangre de Cristo.
Estimado lector, la gracia de Dios, su misericordia, espera por todas aquellas personas que aún no han valorado el sacrificio de su Hijo. Tome en consideración las palabras del apóstol Pedro: El Señor no retarda su venida, sino que es paciente para que todos se arrepientan de sus malas acciones y no perezcan (2 Pedro 3:9). Todavía hay tiempo.