23/04/2024
09:14 PM

El pasto del vecino

  • 29 noviembre 2020 /

Elisa Pineda

Las comparaciones son feas, de manera especial cuando los hechos son adversos. El riesgo está no solamente en desear lo que otros poseen, sino especialmente, en dañar la autoestima.

“El pasto siempre es más verde en la casa del vecino”, dice una frase muy utilizada, que hace alusión a que es muy fácil encontrar en otros las cualidades que nos parece que no poseemos.

Algo similar puede sucedernos cuando comparamos la realidad de nuestro país, con relación a otros de la región. Basta con dar un vistazo a la par para encontrar enormes diferencias.

Podemos caer inevitablemente en una especie de efecto de contraste, un error de percepción que nos hace evaluar a las personas -y en este caso a un país completo- a través de una característica que nos parece comparablemente más alta o más baja.

Quizás se trate de una percepción selectiva en la que escogemos interpretar una situación a través de nuestros intereses y experiencias. Eso solamente lo podrán decir quienes viven esa otra realidad que nos parece tan admirable.

El caso es que las percepciones son las que nos hacen generar juicios sobre nosotros mismos, que se ven reflejadas en frases que repetimos constantemente y se convierten en sentencias, como “este pueblo es pasivo” o “aquí no va a pasar nada, somos aguantadores”.

Vemos a los vecinos del Triángulo Norte Centroamericano con cierta admiración y quizás algo de envidia, porque nos parece que son más valientes, más aguerridos y también más acertados para elegir a un presidente que hoy por hoy es el más popular de la región.

“El dinero alcanza cuando nadie roba”, señala el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, frase que es imposible no admirar, especialmente desde lejos, cuando en nuestro patio campea la corrupción. Esa admiración puede adquirir algunos matices de envidia, cuando aquí la carencia de liderazgo es evidente.

La capacidad de inspirar confianza es el atributo fundamental que debe poseer un verdadero líder, algo que anhelamos vivir en Honduras y que nos lleva a soñar con lo que vemos más allá de las fronteras.

Las comparaciones son buenas, si nos impulsan a buscar la mejor versión de nosotros mismos, a encontrar nuestro propio camino para lograr el país que anhelamos.

Cuando nos llevan a buscar entre nosotros a las personas que reúnan las características para representarnos y crear ese cambio afianzado en la transparencia, rendición de cuentas y lucha anticorrupción.

Pero compararse sin medida puede ser también un arma de doble filo, que esté minando nuestra autoestima nacional, que ya era débil.

Debemos tener la firme convicción de que Honduras es mucho más que un gobierno, somos casi nueve millones de personas con una enorme capacidad de resiliencia, solidaridad y búsqueda incansable de la justicia, desde diversas trincheras.

Somos un pueblo valiente, capaz de sobreponerse de la adversidad; que se equivoca, pero también es capaz de rectificar sus errores.

Sí, es fácil anhelar el pasto verde del vecino cuando lo que tenemos es fango; pero el ejemplo debe impulsarnos a salir adelante, a sacar lo mejor de nosotros, a luchar por fortalecer nuestras instituciones y a partir de ellas reconstruir nuestra democracia, que hace muchos años está derrumbada.

Hagamos un análisis del patio que tenemos, démosle otro brillo, pero sin pretender importar esquemas, sino encontrar nuestra propia manera de salir adelante. Ser hondureños no es sinónimo de ser perdedores, ese es el más grande error de percepción en el que podemos caer. Mantengamos la fe, y no dejemos de luchar por la reconstrucción de nuestro presente, con la mente puesta en el futuro.