25/04/2024
04:47 PM

El fuego en buenas y malas manos

Renán Martínez

“¡Mira lo que he creado!”, exclamó alborozado Chuck Noland (Tom Hanks) en la película “Náufrago” luego de hacer fuego al frotar, insistentemente y con denodado esfuerzo, dos palos secos. Aquel prodigio le ayudó a sobrevivir durante cuatro años en una isla solitaria, pues la ignición le sirvió para calentarse en las frías noches y cocinar los escasos alimentos que conseguía. Si bien es cierto se trata de una película de ficción, enseña en esa escena en la que Chuck habla a un inseparable balón (Wilson), lo esencial que es el fuego en la vida del hombre.

Desde la era primitiva, el fuego ha sido utilizado como fuente de calor y energía de tal manera que, a través del tiempo, el humano ha ido aprendiendo a controlar este elemento natural para aprovechar sus beneficios. En las áreas rurales de Honduras todavía reinan en las cocinas las hornillas de tierra alimentadas con fuego de leña que dan un toque especial al sabor de la comida, distinto al que ofrecen las sofisticadas estufas eléctricas y de gas en la modernidad. No es lo mismo una tortilla de maíz palmoteada y cocida en el comal del fogón artesanal, que una elaborada de manera industrial.

Con el tiempo se descubrieron más aplicaciones de la ignición, como la elaboración de herramientas y la producción de cerámica. Recuerdo, con claridad distante, cómo el herrero de mi pueblo avivaba, con los soplidos de una fragua, el fuego de un horno en el que sometía el hierro a un calor tan intenso que terminaba enrojecido y dúctil. Luego, a fuerza de martillazos, lo convertía en herraduras, herramientas de labranza y otros objetos rudimentarios de mucha utilidad en distintas faenas.

En la mitología griega el fuego era un honor exclusivo de los dioses, pero Prometeo robó su resplandor, “origen de todas las artes”, y se lo entregó a los hombres. Como castigo el titán fue encadenado permanentemente a una roca en donde finalmente muere al derrumbarse el peñasco sobre él.

El hombre también ha puesto en peligro su vida y la de la naturaleza cuando usa el fuego con fines aviesos o lo maneja de manera imprudente. Su manipulación irresponsable puede ocasionar incendios forestales, destrucción de estructuras como también pérdida de vidas humanas y vida animal. Ya no es necesario frotar pedernales para convertir una llamita en un monstruo capaz de arrasar inmensas extensiones de vida vegetal y silvestre. Basta un cerillo o una colilla viva de cigarro para convertir los bosques en un infierno que ataca sin piedad el medio ambiente cada vez más deteriorado a causa de falta de conciencia en países como el nuestro.

Este verano como en los anteriores, los bosques de Honduras se encuentran indefensos, pues no hay quién detenga la mano del incendiario que actúa por lucrarse de los terrenos arrasados, o por el puro placer neroniano de ver arder el obsequio más hermoso que nos ha regalado la madre Natura. Perseguir a los criminales del bosque con determinación y una vigilancia permanente en los puntos álgidos de las montañas, debe ser una consigna de nuestras autoridades.

Se ha repetido hasta la saciedad que más vale prevenir que lamentar, pero este sabio precepto parece no ser tomado en cuenta por las instituciones encargadas de proteger el medio ambiente porque todos los años se repite la misma historia.

Es imperativo que después del verano, los ciudadanos en general, a través de organizaciones, se involucren en programas de reforestación y limpieza en áreas sensibles para resarcir, en alguna medida, el daño causado por los siniestros.