24/04/2024
09:48 AM

Delante del nacimiento

Roger Martínez

Con la Navidad en cuestión de horas, no quiero dejar pasar la oportunidad de, además de felicitarlos, darle vueltas a un par de ideas que pienso son importantes para tener presente en estas fechas.

La primera tiene que ver con el auténtico sentido de las “fiestas”. Y lo pongo entre comillas, porque estas celebraciones, estas fiestas, se desarrollan alrededor un hecho fundamental. El día 24 se recuerda el nacimiento de Jesús, en aquella aldea perdida de la Palestina histórica llamada Belén, y que partió la historia de la humanidad en un antes y un después. Desde hace algunos años, sin embargo, ciertos sectores de corte laicista han procurado, por una pretendida actitud antidiscriminatoria ante otros credos y maneras de concebir el mundo, despojar la festividad de su sentido religioso, cristiano, y han aconsejado felicitar solo con la frase “felices fiestas”. Yo me pregunto, ¿fiestas de qué?, ¿si excluimos la figura de Jesucristo recién nacido de la celebración, qué celebramos? Eso equivaldría a asistir a una fiesta de cumpleaños y no felicitar al cumpleañero... lo que demostraría una absoluta falta de urbanidad y una muy mala educación. Lo peor de todo sería, tomar como pretexto al cumpleañero para comer de más, emborracharnos y repartirnos regalos entre nosotros sin llevarle nada a él.

Luego, en casi todos los hogares de Honduras se exhibe hoy un nacimiento: la escena del pesebre; que es el centro de la fiesta de Navidad, la razón de ser de estas celebraciones. Por lo que, para que todo esto tenga sentido, resulta obligatorio detenerse, aunque sea unos segundos, para contemplar la realidad que representa y observar a cada uno de los personajes que la integran: un hombre y una mujer jóvenes, un niño pequeño, algunos animales domésticos, un grupo de pastores y tres reyes sabios llegados de lejos. Y eso sin contar el resto de figuras con las que la piedad y la imaginación populares han enriquecido a los nacimientos. Durante esos segundos habría que reflexionar sobre las lecciones que cada uno de nosotros podemos aprender de José el carpintero, su esposa, María, y su hijo recién nacido. No voy a sugerir nada, solo les pido que vivan la experiencia. Yo la he hecho durante muchas navidades, y, les aseguro, que sí se logran aprendizajes más que interesantes.

La segunda idea está relacionada, como era de esperar, con la anterior. Si la encarnación del Hijo de Dios en un niño pequeño e indefenso es un regalo imponente del cielo, un don extraordinario, ¿cómo puedo corresponder yo ante semejante acto de generosidad? Y la respuesta es evidente: imitando el desprendimiento divino. Es este un tiempo de solidaridad, de entrega y servicio a los demás; de salir del egoísmo e ir al encuentro del prójimo. Nada más... y nada menos.