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Deformación profesional

  • 11 octubre 2022 /

Luego de estudiar Letras y de ser, por bastantes años, tanto a nivel medio como superior, profesor de Lengua y Literatura Españolas, no niego que padezco una especie de “deformación profesional” y que siento una especie de puñetazo en la “boca” del estómago cuando alguien hace mal uso o atenta en contra de la corrección al hablar o escribir en el idioma de Cervantes. Y no es que sea purista, pero no veo la razón de que, por comodidad, por esnobismo o por ignorancia culpable, nos acostumbremos a violentar las normas que facilitan la comunicación de alrededor 500 millones de seres humanos que hemos heredado o aprendido el español. Me sucede, seguramente, lo mismo que a un médico que, ante la palidez de alguien, sin examinarlo, sospecha algún tipo de mal y busca ponerle remedio; o cuando un ingeniero detecta un error en el trazo de una carretera con solo transitar por ella; o un buen sastre percibe el defecto cuando contempla un traje mal cortado. De ahí que diga que es una especie de “deformación profesional”, algo provocado por el hecho de que se haga mal uso o se abuse del código lingüístico con el que nos comunicamos.

Resulta que, así como en otros ámbitos vitales, podemos acostumbrarnos a hablar o a escribir mal, hasta que caemos en un vicio. Hablamos o escribimos usando términos inadecuados, palabras cuyo significado nada tienen que ver con lo que queremos expresar, o usamos, de manera indiscriminada e innecesaria, barbarismos, tomados sobre todo del inglés. Repito, lo que subyace es comodidad, pereza o ignorancia, y las tres cosas deben combatirse.

Para ilustrar, pongo algunos ejemplos. Se usa el verbo replicar como sinónimo de reproducir o repetir. Se habla de una réplica en el mundo del arte cuando se hace una copia de una obra, pero solo en ese caso. Replicar significa argumentar en contra, oponerse a algo; nunca imitar o repetir una experiencia. Además, es mejor decir redirigir, que redireccionar, aunque lo acepte la RAE, y debemos decir potenciar y nunca “potencializar”. Tampoco digamos “aperturar” sino abrir, ni “ofertar” por ofrecer, porque solo se oferta algo cuando se le baja el precio y se pone en oferta. Y de los barbarismos, ni hablar. Hay personas que salpican el discurso con todo tipo de barbarismos, cuando hay términos en español que expresan perfectamente lo que buscan significar.

Las lenguas, evidentemente, son entes dinámicos, cambian, se enriquecen, se trasforman, pero luego de procesos, a veces no tan prolongados en el tiempo, pero que justifican la incorporación de nuevos vocablos o la reducciones o ampliaciones semánticas. Pero, mientras tanto, toca sufrir, toca padecer, al ver cómo se hace trizas un idioma tan lógico, tan elegante, tan hermoso como el español.