Este tiempo exige también un cambio de estilo de vida, ya que si deseamos que el mundo vuelva a ser lo que era antes, es que en realidad nos negamos a avanzar, a aceptar que todo se está transformando, y el primer principio de supervivencia es adaptarse o morir, aunque por adaptación al mundo no nos referimos a mimetizarnos o confundirnos con él.
Durante esta pandemia, muchos se han dado cuenta del valor que tiene el poder respirar sin dificultad, el valor que tiene la salud, que no puede pagar ni el mejor seguro médico. El valor de una llamada telefónica y escuchar que el ser que amas está bien.
El valor que tenía pasar el tiempo con tu familia y con los amigos sin ninguna restricción, el valor que tenía la vida del ser querido que hubo que despedir sin tiempo a darle un abrazo, un beso o un adiós digno. El valor que tiene un servicio religioso el domingo, cuando antes te aburrías al ir a la iglesia, el valor que tiene el verle la sonrisa a alguien, porque ahora no puedes debido a la mascarilla, el valor de ir al trabajo, a la escuela, a la universidad de forma presencial, el valor de poder dar la mano, o un abrazo sin temor a un contagio, de eso y más nos tenemos que haber dado cuenta.
Porque solo entonces descubres que es necesario y urgente una conversión integral del corazón de cada individuo y de la humanidad, pero ustedes y yo sabemos que esto es y será muy difícil de lograr, aunque para Dios no hay nada imposible. La verdad es que a la base permanece la realidad del pecado, ya que muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Entonces surge la esperanza del pueblo de Dios, en esta nueva era que comienza les toca a los cristianos ser el resto fiel de la humanidad. Nuestro futuro es ser el pequeño rebaño que permanezca en fidelidad a Dios, aun cuando el mundo entero le dé la espalda.
La iglesia de esta nueva época no será ya la iglesia de masas, ni de muchedumbres, hemos de volver a ser lo que fuimos, las iglesias de las casas, pequeñas comunidades que como antorchas diminutas hagan brillar la luz de Cristo en la tiniebla del mundo. Nuestro futuro es volver a ser una iglesia marginal, es decir, una comunidad que vive al margen de lo que piensa el mundo, de lo que dicta el mundo, de lo que exige el mundo.
La marginalidad no solo es un lugar de privaciones y carencias impuesto por el que tiene poder, sino que también puede ser un espacio de resistencia y propuesta transformadora y transformante. Viviendo al margen del mundo y desde allí ser diferente, mirar las cosas diferentes y vivir según valores distintos. Ser marginal por elección, y no por imposición ni exclusión, nos ofrecerá la oportunidad de imaginar y crear alternativas al discurso de la cultura que domine. Por eso el estilo de vida de la pospandemia consistirá en ser un cristiano marginal, pero no marginado