Justo cuando la terminé me di cuenta que había dado vuelco a la amargura momentánea, producida al constatar una y otra vez la sociedad de profundas desigualdades en la que nos encontramos.
Luego de un día complejo, sorteando obstáculos constantes y enfrentando esos abusos en situaciones triviales, como el auto que me roba el derecho de vía, la persona que no hace fila y simplemente toma el lugar en el momento en el que me corresponde, puede ser normal destilar frustración por la sociedad cada vez más carente de respeto.
Entonces decidí borrarlo por completo y volver a empezar, porque me di cuenta de que solo se trataba de un regodeo en aquello que simplemente amenaza con quitarme la paz interior, esa que vale más que cualquier situación externa, por difícil que sea.
En momentos de incertidumbre, de enormes carencias –especialmente éticas- más allá de remarcar aquello que tanto nos afecta estamos llamados a hacer un cambio, en cada ambiente donde nos desenvolvemos.
Si logramos contribuir a hacer un poco mejor ese pequeño espacio del mundo en el que nos corresponde vivir, quizá hayamos alcanzado nuestro verdadero propósito.
Hay que alzar la voz, aprender a defender nuestros derechos, a denunciar aquello que está mal, pero al mismo tiempo resguardando la paz, es decir, sin dar espacio a sentimientos y emociones como el enojo excesivo y el resentimiento que pueden cambiar nuestra propia actitud ante la vida. No, no es fácil mantener la paz, especialmente cuando estamos inmersos en un mar de inequidades que van desde situaciones simples hasta aquellas más complejas relacionadas con la falta de acceso a servicios adecuados de salud para todas las personas que vivimos en esta tierra.
Es difícil mantener la paz, ante las mentiras repetidas hasta el cansancio, ante la enorme brecha entre el discurso y la realidad, ante los plazos incumplidos y las historias en las que ya muy pocos creen. Es verdaderamente un desafío mantener la cordura, la amabilidad y la educación en un país en el que suele privilegiarse lo burdo, lo grotesco y lo absurdo. No necesitamos rebuscarnos con ejemplos. Basta con dar un vistazo alrededor.
Pero podemos caer en el riesgo de convertirnos en lo que tanto nos molesta, si dejamos que el odio nos invada, que el desasosiego nos aprisione y lleve a ser un miembro más del ejército de zombis que a veces nos rodea.
Hay que proteger la paz mental a toda costa, como un verdadero gran tesoro, que nos hace estar en pie, dispuestos a ser parte del cambio que se requiere todos los días, no aquel de los discursos políticos, sino del cambio de las acciones cotidianas que contribuyen a generar esperanza en los demás y en nosotros mismos.
No permitir el contagio, no solamente del covid-19, sino de la angustia ante la falta de certezas, de tristeza ante las grandes pérdidas a las que nos enfrentamos, especialmente de seres queridos, compañeros del camino.
Si perdemos la paz, corremos el riesgo de perder también la esperanza y el deseo de ser parte de una nueva historia, que en algún momento debemos escribir juntos, no sabemos exactamente cuándo. Resguardar la paz, porque ningún futuro se puede construir sin ella, porque a pesar de todo, de lo bueno y lo malo que coexiste aquí, esta es nuestra patria y somos parte de ella. Que todo fluya, pero que la paz permanezca siempre.