Esa investigación produjo hallazgos muy interesantes, entre los cuales se destacaba uno: El promedio nacional de compra de votos superaba el 10% y en algunos departamentos del país (Gracias a Dios, Choluteca, Santa Bárbara, etc.) alcanzaba porcentajes alarmantes. La compra de votos, en sus diferentes variantes, se había convertido ya en una práctica usual en las estrategias clientelares de los partidos políticos, destacando, por supuesto, el partido que, en ese momento, controlaba ya los principales eslabones de la cadena gubernamental.
En esta ocasión, el Cedoh se propone repetir su esfuerzo de investigación y analizar las diferentes manifestaciones de la compra de votos y su significado y alcances dentro de las prácticas clientelares de los diferentes partidos políticos que participarán en esta contienda.
No hace falta decir que el énfasis principal estará concentrado en los llamados partidos “grandes”, tomando en cuenta su mayor disponibilidad de recursos y su estructura orgánica a nivel de todo el territorio nacional.
Pero no solo eso. Esta vez, el clientelismo electoral tiene un terreno más propicio que nunca para extender su radio de acción y ampliar el volumen de la población/meta en busca de sus objetivos políticos. El país se encuentra sumido en un verdadero “estado de calamidad nacional”, viviendo una situación de “confluencia de momentos críticos”, para decirlo con una expresión vertida por Noam Chomsky al analizar la situación global de la pandemia del coronavirus. A la crisis generada por la epidemia nacional de covid-19 se debe agregar su impacto negativo en las finanzas públicas y en la economía en general, la catástrofe producida por los dos huracanes – Eta y Iota – que en forma sucesiva arrasaron buena parte del territorio nacional, evidenciando el desafío ambiental y social que enfrenta nuestro país. A esto hay que sumar el repunte de la actividad criminal en todas sus variantes, especialmente en las masacres o “matanzas colectivas”, el sicariato y, como si no fuera suficiente, el discreto crecimiento de los flujos migratorios hacia el norte del continente. Todos estos “momentos críticos” confluyen en el marco de una profunda crisis de la moral pública, deteriorada al máximo ante los altos niveles de corrupción y saqueo de los recursos del país. Estamos presenciando, a veces en silencio cómplice, la gradual desintegración ética de la sociedad.
En condiciones semejantes el desempleo crece, la economía se deteriora y la pobreza aumenta. Se crea así una situación apropiada para que los activistas políticos, aprovechando la desesperación de la gente, diversifiquen su oferta clientelar y busquen los ansiados sufragios en todos los rincones del país.
De esta forma, la compra de votos, ya sea por la vía del dinero en efectivo o por el intercambio en especie, alcanzará dimensiones inimaginables y distorsionará la voluntad colectiva de los electores. Repartiendo bienes primarios por aquí o haciendo promesas de empleo por allá, esos personajes inescrupulosos transmitirán los ofrecimientos mentirosos de sus jefes a los oídos desesperados o ingenuos de los pobres y miserables, que ni siquiera han podido regresar a sus tierras inundadas y a sus cultivos destruidos. El clientelismo proselitista mostrará su rostro más despreciable.