Siempre se ha creído que el gobierno venezolano ha podido mantenerse en el poder gracias al apoyo de Cuba y Rusia o Irán. Aunque dichos gobiernos han proporcionado apoyo político, diplomático y militar al régimen venezolano, ninguno ha sido tan determinante como China para asegurar la continuidad de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en el poder.
Durante el último cuarto de siglo, cuando la Revolución Bolivariana se ha visto amenazada, Pekín ha brindado apoyo económico y ofrecido respaldo político-diplomático.
El entramado de relaciones e intereses que dan forma a la relación estratégica entre Caracas y Pekín comenzó a forjarse en 1999, cuando el elegido presidente Hugo Chávez planteó avanzar hacia la construcción de un mundo multipolar con bloques alternativos a los “tradicionales” centros de poder.
Guiado por esta premisa, Chávez visitó Pekín en 1999 y 2001, pistoletazo de salida de la Comisión Mixta de Alto Nivel China-Venezuela que elevó la relación diplomática a Asociación Estratégica para el Desarrollo Compartido. El esquema cambió: de priorizar los temas agrícolas y energéticos a estrechar los vínculos políticos, económicos, comerciales y culturales.
En 2004, tras ganar un referendo revocatorio, Chávez visitó China para atraer inversiones que le colocaran en una posición óptima de cara a su próxima batalla: las elecciones de 2006. A los instrumentos de cooperación acordados, se sumó la creación de lo que posteriormente fue el Fondo Conjunto Chino Venezolano (FCCV): un esquema de préstamos por petróleo que permitió a Caracas hacer frente a las dificultades para financiarse internacionalmente.
El vínculo se fortaleció. El período 2006-2012 vio un flujo masivo de capitales chinos hacia Venezuela. Aunque el FCCV fue el mecanismo más relevante, también incrementaron las inversiones en infraestructura y los intercambios comerciales. En 2010 se creó un nuevo fondo de financiamiento a través del cual el gobierno chino transfirió 20,000 millones de dólares a las arcas venezolanas.
La dependencia venezolana de China se hizo evidente al convertirse en el prestamista clave del gobierno venezolano, en el afán de este de conseguir liquidez monetaria para mantener vigente el programa social chavista. Los préstamos comprometían la producción petrolera futura. El flujo, enorme: 62,000 millones de dólares. Pero no sirvió para financiar proyectos que ofrecieran un encadenamiento productivo. Una oportunidad perdida.
El instrumento de financiación se usó fundamentalmente para que Chávez pavimentase su reelección –su cuarto mandato– en las elecciones de 2012. Se compraron tres millones de electrodomésticos, miles de viviendas, cientos de autobuses, coches particulares, teléfonos móviles y computadoras portátiles. Regalos de campaña que repartía el gobierno chavista a precios subsidiados. “Regalos chinos” que influyeron decisivamente en la reelección de Chávez.
Tras la muerte de Chávez, el nuevo líder del oficialismo, Nicolás Maduro, ganó las elecciones de abril de 2013 por estrecho margen sobre el opositor Henrique Capriles. La oposición y sus aliados internacionales no aceptaron los resultados, alegando irregularidades en el conteo de votos. Los meses siguientes fueron muy turbulentos para Maduro, pues su legitimidad de origen fue puesta en duda por muchos países.
En este contexto, el presidente Xi Jinping, recién aupado al poder, recibió en el plazo de cuatro meses a tres figuras clave del régimen venezolano: a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional; al vicepresidente Jorge Arreaza; y al discutido presidente electo, Nicolás Maduro. Poco después Pekín elevó la relación bilateral a Asociación Estratégica Integral y renovó el FCCV, proporcionando a Maduro otros 14,000 millones. Esta ayuda económica se mantuvo inalterable hasta la crisis provocada por la caída de la industria petrolera nacional.
A pesar de la ralentización del financiamiento y la crisis interna que comenzaba a padecer el país suramericano, Pekín siguió ofreciendo su respaldo político a Caracas. En 2016 se renegoció parte de la deuda bilateral, lo que dio oxígeno a Caracas antes de que las sanciones estadounidenses de 2017 y 2019 dificultaran de nuevo la situación.
En ese escenario, China lanzó un nuevo salvavidas en las elecciones de 2018. Maduro fue reelegido tras alterar las normas democráticas, en medio de acusaciones de fraude por la oposición. Sin embargo, China fue uno de los 14 países en felicitar a Maduro. En septiembre de ese mismo año, Xi recibió a su homólogo venezolano y reiteró su deseo de fortalecer la relación bilateral. Y, cuando en 2019 el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se declaró presidente interino, Pekín siguió reconociendo a Maduro, haciendo uso de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear una resolución que reconocía a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela.
En clave económica, China mantuvo el apoyo. Ayudó Caracas a colocar su petróleo en el mercado chino cuando estaba vigente el embargo petrolero decretado por EEUU y, en el contexto de la pandemia, Pekín envió a Venezuela 110 toneladas de material médico, un millón de kits de pruebas PCR, ocho millones de máscaras y dos millones de guantes, además de vacunas y otras donaciones.
El apoyo chino fue correspondido por Maduro en todos los ámbitos. Su gobierno respaldó todas las causas sensibles de la política exterior china: el principio de «Una sola China», que reconoce a Taiwán como parte inalienable de China; la Ley de Seguridad de Hong Kong; las disputas territoriales en el Mar del Sur de China; o las críticas por los abusos de derechos humanos en Xinjiang y contra la comunidad uigur. La relación entre ambos respondía así a un cálculo político mutuo, basado en los intereses estratégicos de cada parte.
En la actual campaña presidencial, China ha vuelto a ser un jugador clave en la pretensión de Maduro de continuar seis años más en el poder. En su visita a Pekín en 2023, la relación bilateral se elevó al rango de Asociación Estratégica de Todo Tiempo. El modelo de cooperación se incorpora así a una nueva dinámica basada en acuerdos comerciales en rubros distintos al petróleo. Con este nuevo esquema de integración, Caracas toma al modelo de desarrollo chino como ejemplo en las reformas que quiere realizar. En clave propagandística interna, Maduro ha prometido construir plantas eléctricas y otras obras con capital chino, pero también ha manifestado su deseo de formalizar su adhesión plena a los BRICS, el grupo de países emergentes dominado por China.