29/03/2024
05:19 AM

Cada persona puede ser muchas

Elisa M. Pineda

A propósito de las secuelas sociales no dichas de la pandemia, hace tan solo unos días tuve una conversación muy profunda con mi hijo mayor. Él, que apenas se adentra a la adolescencia, en los dos años más recientes ha compartido conmigo mucho más tiempo del que estaba acostumbrado.

Al principio todo era novedad y nos ofrecía la oportunidad de fortalecer lazos a través del conocimiento mutuo; pero conforme ha ido pasando el tiempo, la situación ha comenzado a mostrarnos su lado menos amable: él demanda más espacio, al mismo tiempo que las atenciones especiales, como escucharlo cuando así lo desea; yo casi en la misma situación, pero desde el otro lado de la relación madre-hijo.

En uno de esos momentos de demandas poco satisfechas se dio la conversación sincera, en la que solamente acerté a decirle: hijo, el tema clave es que tu mamá no es solamente eso. Es una persona completa, que también tiene otros roles en la vida, necesidades y expectativas.

Me explico mejor: no soy una mamá nada más. Soy esposa, amiga, hermana, hija, una mujer profesional que trabaja, escribe, que en ocasiones es alumna, en otras pocas es maestra. Una persona que también desea ser escuchada, que quiere tener momentos de soledad, de esparcimiento, de diversión. En ese sentido –le dije- soy exactamente igual que tú: un ser humano completo, con múltiples facetas.

Y es que la pandemia nos ha impuesto, de alguna manera, la prolongación del tiempo en el que ejercemos algunos de esos múltiples papeles que tenemos en el escenario de la vida y, en muchos momentos, nos ha expuesto a ellos simultáneamente de tal forma que podría provocar desgaste emocional, tal y como en aquél momento identificamos mi hijo y yo.

Él me escuchó con atención, como buscando comprender a la mujer, no a la mamá. Nos quedamos en silencio un rato y luego me comentó: me pasa lo mismo. No solo soy un hijo que debe cumplir deberes escolares y de la casa. Soy también un muchacho que quiere vivir, ver a sus amigos como antes, conocer otros lugares y no estar todo el tiempo observado.

En efecto, la pandemia nos ha expuesto a la sobre-observación; por ejemplo, los maestros demandan más atención de los padres en la educación de los hijos, y los padres también exigen más dedicación de los maestros, porque podemos “echar un vistazo” con más frecuencia a la otredad.

Esa sobreexposición constante al escrutinio de los demás, en aquello que antes estaba delimitado en espacios y horarios, se ha convertido en una carga emocional cuyos efectos iremos descubriendo paso a paso, en la vida de los niños y jóvenes que han tenido esta fuerte experiencia, en pleno proceso de crecimiento.

¿Y para las mujeres? La sobrecarga puede ser muy similar, especialmente en un contexto cultural como el nuestro, en el que persisten los estereotipos de género y las tareas del hogar están asociadas a lo femenino.

Cada persona puede ser muchas, como roles desempeña en la vida, fue la conclusión a la que llegamos mi hijo y yo. Me vio fijamente a los ojos y pude comprender que había logrado conectar con él desde nuestra humanidad, por encima de la relación madre-hijo.

Me abrazó, luego de decir “te comprendo” y agradecí la oportunidad que me estaba dando un momento singular de nuestras vidas, para lograr ese acercamiento tan especial.

En ocasiones somos ágiles para lanzar juicios sobre lo que esperamos de los demás, observando a la persona enjuiciada desde una sola perspectiva, pasando por alto la complejidad que envuelve a cada ser humano.

A partir de esta experiencia personal, sé que aún tengo mucho que aprender y estoy dispuesta a abrir mente y corazón a un cambio positivo, con más comprensión y tolerancia; con más empatía y caridad. ¿Habrá alguien más en esa misma sintonía? De ser así, espero que la experiencia compartida pueda ayudar a describir con palabras aquello que a veces es difícil definir, para asimilar, para comprender y superar.