Se termina el sexenio deplorable y para el olvido de Enrique Peña Nieto, quien hasta la fecha lleva la dolorosa cifra de 109,557 muertes violentas en su gobierno (según cifras oficiales). Esto sin olvidar los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y los escándalos de corrupción. Al final Enrique solo tenía agradable presencia física que enamoró a la Gaviota pero sin ningún tipo de capacidad para dirigir el gobierno mexicano.
Así que las elecciones de este pasado domingo han mostrado entre otras cosas, que la izquierda tiene una influencia importante en nuestros países latinoamericanos no solo con la victoria de AMLO, sino con lo acontecido recientemente en las elecciones colombianas en la cual el candidato de la izquierda sacó poco más de 8 millones de votos.
De tal manera que cuando López Obrador asuma la presidencia en los próximos meses deberá mostrar certezas a los millones que lo eligieron anhelando un cambio, ya que aun siendo una de las más grandes economías del continente, el país azteca sigue faltando en la asignatura de seguridad, pobreza, y otros gravísimos problemas sociales.
El Presidente electo mexicano no se hizo en la política de las camarillas ni de los linajes, tampoco presumiendo diplomas, más bien se ha hecho sobre la marcha de las organizaciones sociales curtiéndose con tosquedad en la batalla política.
Muy probablemente tendremos un estilo de liderazgo radicalmente distinto a todos los anteriores gobernantes mexicanos, siendo este terco, instinto, audaz, perceptivo, y misteriosamente elocuente. Para bien hay que celebrar que se ha respetado la voluntad de las mayorías y que las elecciones a la mexicana en las cuales las caídas de los sistemas electorales eran comunes son cosa del pasado.