En el mundo actual en que vivimos, tan convulsionado, violento, horrendo, obscuro y sin futuro, es fácil perder la esperanza, la confianza y la certeza de un cambio halagador. Pareciera que esta situación no tiene solución. ¿Y por qué no tiene solución? Porque los hondureños no amamos a nuestra patria y no nos preocupamos por hacerla progresar.
Los problemas del penal siguen causando muertes internas sin explicar la razón de por qué dentro del centro hay personas armadas; las huelgas, las tomas de carretera, la falta de un plan maduro y eficaz que saque a este país del hoyo en que se encuentra, el alza de los combustibles y de la canasta básica, los problemas de seguridad, la corrupción y el narcotráfico son realidades que existen hace tiempo y que no han sido atendidas por los gobiernos anteriores ni por el actual y más bien algunas se han agravado últimamente.
Es cierto que el Gobierno es el responsable del bienestar del país, pero no podemos culpar sólo a la institución estatal, la solución a nuestras dificultades está en manos de los hondureños. Todos debemos participar en vivir mejor nuestra vida llenos de amor y servicio hacia Dios y hacia los hermanos, hablar positivamente, no perder nunca la esperanza, trabajar tesoneramente, preocuparnos por el vecino, ahorrar aunque sea una mínima cantidad, ser ejemplos en la familia y en el trabajo de honestidad y virtud. En resumen, hemos de ser auténticas personas cristianas.
Por otro lado, no estamos acostumbrados a apreciar lo que tenemos a nuestro alrededor, esas pequeñas cosas y regalitos que disfrutamos y que conforman nuestra realidad cotidiana. No nos detenemos y no nos damos cuenta de que sin esas cosas pequeñas nuestra vida no sería la misma. Sólo nos percatamos de lo que tenemos cuando lo perdemos. Sólo apreciamos el alimento que tomamos cuando nos falta. Sólo apreciamos el olor de las rosas cuando reina la podredumbre. Sólo apreciamos la luz que baña nuestra mirada cuando no podemos ver. Sólo apreciamos el canto de los pájaros cuando no podemos oír. Sólo apreciamos la salud cuando estamos enfermos. Sólo apreciamos a quien tenemos al lado cuando se va. Sólo apreciamos la vida cuando nos acercamos a la muerte. No permitamos que la indiferencia nos robe lo maravilloso que constituye la vida. Tengamos siempre la confianza y la esperanza a flor de piel de que vendrán días mejores. Si no nos sonríen, ofrezcamos nosotros una sonrisa sincera; si nos dan tinieblas, llevemos luz.