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Cumple 20 años albergando ilegales

  • 04 diciembre 2008 /

Ha sido otro día incierto para ellos, pero saben que duermen seguros y dan gracias a Dios de que tienen un techo que los protege una noche más.

    Como pastor que espera que sus ovejas se duerman, el gran Cristo de palo cuelga de la pared mientras decenas inmigrantes desamparados se meten a sus bolsas de dormir.

    Ha sido otro día incierto para ellos, pero saben que duermen seguros y dan gracias a Dios de que tienen un techo que los protege una noche más.

    Y de que ese lecho temporal sea el altar y los pasadizos de la Iglesia Dolores Mission, que el 12 de diciembre cumplirá 20 años desde que abrió sus puertas para que inmigrantes y desamparados pasen la noche.

    'Ellos son Cristo. En ellos nos reconocemos. Ellos enriquecen la comunidad con sus vidas', dijo Scott Santarosa, padre jesuita del templo. 'Algunas personas me han dicho, 'Por qué no construyes un lugar aparte donde ellos duermané' Y yo les digo, 'No, porque ellos hacen la iglesia más santa'.

    Dolores Mission comenzó a funcionar como refugio de inmigrantes en diciembre de 1988, cuando miles de salvadoreños llegaron a Estados Unidos escapando de la guerra civil en su país.

    Al principio, la pequeña iglesia, situada en el Este de Los Ángeles, zona densamente mexicana, dejaba que los inmigrantes durmieran en sus bancas. Pero esto cambió a fines de los años noventa, cuando la Oficina de Servicios para Desamparados, una dependencia municipal, comenzó a dar fondos y requirió que los inmigrantes durmieran en camillas plegables para acampar.

    Ahora el programa Proyecto Guadalupano para Desamparados, administrado por la organización sin fines de lucro Proyecto Pastoral, alberga a un máximo de 55 hombres en un momento dado, de los cuales 28 duermen dentro de la iglesia y el resto duerme en el salón parroquial y garaje, explicó Raquel Román, de 28 años, directora del programa.

    Casi siempre son todos inmigrantes hispanos, añadió Román. Del total, agregó, alrededor del 20 por ciento son recién llegados, más o menos con un mes en el país, y cerca del 70 por ciento casi siempre son indocumentados.

    'Ellos son padres que dejaron a sus familias en sus países para venir a trabajar y quieren enviarles dinero', apuntó Román.

    El recinto del templo se convierte en dormitorio a las nueve de la noche, después de que los desamparados instalan sus camillas en el altar y pasadizos. Al lado de una de las puertas cuelgan dos letreros pequeños, uno que dice, 'Capacidad de camas 28' y otro que pide 'No fumar'.

    'Esto no es el Hilton, pero ayuda a gente que quiere volverse a levantar', puntualizó Dana González, de 40 años, que quedó en la calle tras renunciar a su puesto de camionero para poder viajar a Los Angeles a pelear por la custodia de su niña Melissa, de seis años, quien está bajo cuidado público.

    Dos meses después de llegar a la iglesia en agosto, González consiguió trabajo como subgerenta de una tienda de juguetes ganando nueve dólares por hora y ha logrado ahorrar lo suficiente para alquilar un cuarto.

    'He aprendido a apreciar la vida. (Esta experiencia) Me abrió los ojos a un nuevo mundo', indicó González, quien es de ascendencia mexicana. 'Ahora tengo una nueva perspectiva del mundo, mucho mejor'.

    El proyecto ofrece albergue durante un máximo de 90 días y también da desayuno y cena, ayuda a buscar trabajo y provee servicios de referencia, transporte, clases de inglés y varios tipos de talleres. Insta a los hombres a participar en actividades religiosas, como meditación, y caminatas al desierto fronterizo entre México y Estados Unidos para llevar agua a aquellos que cruzan la frontera a pie.

    Aparte de la directora, el programa cuenta con tres empleados administrativos y personal de seguridad. Una clínica móvil llega a la iglesia una vez por semana, señaló Rocha.

    'Mi plan es volver a trabajar y valerme por mí mismo', dijo el guatemalteco Juan Arnulfo Guillén, de 47 años, quien es indocumentado y señaló que no puede ejercer su oficio de sastre porque está perdiendo la vista debido a una diabetes. 'Con esta vista, ya no puedo trabajar en mi oficio', se lamentó.

    Dijo llevar un mes y tres semanas en la iglesia, tener tres hijos y esposa en su país, y haber llegado hace 10 años a Estados Unidos.

    Los desamparados comienzan su día a las 4:45 de la mañana, toman un desayuno a las cinco y a las seis salen a sus trabajos o son transportados a centros de jornaleros o clínicas. Pueden regresar a la iglesia a partir de las cuatro de la tarde, y pueden bañarse, meditar, ver televisión o simplemente conversar hasta antes de las 6:30 de la noche, cuando cenan dentro del comedor de la Escuela Primaria Católica de Dolores Mission, enfrente del templo.

    La comida ha sido donada por la comunidad durante los 20 años de existencia del programa. El jueves pasado fue donada por las madres del grado kinder del plantel.

    Antes de comer, algunos de los inmigrantes y puñado de ciudadanos estadounidenses se quitan sus gorras para rezar. Más de una docena de niños de la clase de kinder, que ayudaron a poner bebidas y tenedores en las mesas, forman en dos líneas y juntan las manos para rezar en medio del par de filas de desamparados parados enfrente de sus bancas.

    'Ellos también están muy emocionados, les ayuda a entender que otros necesitan más que uno y que tenemos que dar un poquito de lo poquito que tenemos', señaló la guatemalteca Jessica Barrientos, de 31 años, refiriéndose a su hija Alessandra Quiñones, de cinco años. 'Tenemos que hacerlo porque pueda que alguna vez alguien de nuestra familia venga y necesite ayuda'.

    El mexicano Marcos Meza, de 52 años, come sabiendo que pronto cumplirá el límite de tiempo que puede estar albergado. El indocumentado, que dijo vivir en Estados Unidos desde 1974, indicó que lo llevarán pronto a un centro especial, después de que lo operen de una hernia.

    'Aquí me siento como en familia. No me quiero ir, pero tengo que hacerlo', puntualizó Meza.