Se llama Mycoplasma mycoides JCVI-syn1.0 y es la primera bacteria viva en el mundo creada en un tubo de ensayo.
El avance hecho por los laboratorios de Craig Venter -que copió el genoma de la Mycoplasma mycoides, la bacteria natural en que se inspira- presagia un futuro para el diseño de organismos vivos.
La reproducción de formas biológicas a partir de una secuencia de ADN ya se había experimentado con virus, entre ellos el de la polio y el de la gripe española de 1918. Pero los virus no son entidades biológicas autónomas. Para reproducirse usan la maquinaria de la célula a la que infectan. Aunque un virus puede tener sólo tres genes, esa maquinaria celular requiere cientos de ellos.
Por ello, la importancia del nuevo avance. Entre los proyectos de Venter está diseñar un alga -unicelular, como la mayoría de las algas naturales- que fije el CO2 atmosférico y lo convierta en hidrocarburos, utilizando la energía de la luz solar. Otros proyectos persiguen acelerar la producción de vacunas y mejorar los métodos de producción de ciertos ingredientes alimentarios y de otros compuestos químicos complejos. También diseñar microorganismos que limpien las aguas contaminadas.
“Estamos entrando en una era en la que nuestro único límite lo impondrá nuestra imaginación”, explica Venter en un comunicado emitido por el instituto que lleva su nombre.
“Éste es un paso importante tanto científica como filosóficamente”, admitió Venter. “Ciertamente ha cambiado mis opiniones sobre la definición de vida y sobre cómo la vida funciona”, agregó.
“Cuando cambias el software interno de la célula es como si la reiniciaras”, explica Venter.
En total han sido 15 años de trabajo, aunque solo dos consagrados por entero al mismo menester. De hecho, el mundo científico daba por hecho que la primicia estaba al caer.
“No me ha sorprendido. Incluso diría que se ha retrasado”, afirma Pere Puigdomènech, director del Centre de Recerca en Agrigenómica.
Venter reconoce que fueron necesarios muchos intentos para que la célula cobrara vida y empezara a replicarse.
La inversión ha sido muy cuantiosa, unos 32 millones de euros -unos 832 millones de lempiras-, pero Venter tiene claro que en un plazo razonable se podrá recuperar gracias a las enormes implicaciones industriales del avance.
“Poseemos una potente herramienta para decidir qué queremos hacer en biología”, asegura convencido. El empresario siempre reitera el mismo ejemplo: “Queremos crear algas capaces de capturar dióxido de carbono y de transformarlo en hidrocarburos. Así evitaríamos tener que extraer más petróleo”.