19/12/2025
12:42 AM

Una noche con la muerte tras perder sus piernas

Cuando estaba desangrándose Leymi recordó el salmo 27 de la biblia : “Aunque mi padre y mi madre me desamparen, aun con todo el Señor me recogerá”.

Doce horas permaneció Leymi Castellón tirado en el monte después que la “bestia de hierro” le cercenara ambas piernas en México, cuando iba en busca del “sueño americano”. }

Veinte años han pasado de aquel trágico episodio y aún se le humedecen sus ojos al recordar el frío de la muerte que se apoderó de su cuerpo en la soledad de la noche tras caer en las ruedas de la pesada máquina.

Había salido de San Pedro Sula en compañía de un amigo, huyendo de la pobreza y los desprecios de su padre, con la idea de reunirse con su madre que vive en Estados Unidos.

Los doscientos lempiras que habían reunido para emprender el viaje se le terminaron en la frontera entre Guatemala y México, así que de allí en adelante siguieron a pie por las vías del tren, hasta llegar a Tapachula.

“Allí permanecimos una semana esperando que saliera un tren carguero para abordarlo con otros indocumentados de diferentes nacionalidades”.
Había que acomodarse a como diera lugar. Unos iban colgados de las escaleras traseras y otros, entre ellos Leymi, treparon al techo entre los vagones, apoyando los pies y las manos en la superficie del mismo.

A causa del cansancio, Leymi comenzó a dormitar tras que se acomodó en el lomo de “la bestia”, que rápidamente devoraba las distancias.
Había comenzado a anochecer cuando sintió que uno de sus compañeros de viaje le daba palmaditas en el hombro al tiempo que le decía: “catracho, tenemos que bajarnos porque en el próximo pueblo hay un cruce donde están los de Migración”.

Más dormido que despierto intentó el descenso en la misma forma en que había subido, apoyándose entre los vagones como gato despatarrado.
Cuando calculó que estaba llegando a la juntura de los vagones buscó apoyarse con el pie derecho pero lo que encontró fue el vacío y se desprendió irremediablemente para caer entre las ruedas que seguían rodando sin piedad.

“Sentí un golpe fuerte en el estómago. El tren no me tiró hacia afuera sino para adentro. Cuando terminó de pasar sobre mi cuerpo me sobrevino un dolor agudo como si una espada estuviera atravesando mi corazón”.

El inmigrante seguía consciente. Tenía la pierna derecha mutilada y la otra como fracturada en varias partes, pero todavía pegada al resto del cuerpo.
Apoyándose en sus manos se arrastró para apartarse de la línea férrea llevando consigo la pierna mutilada. “Me parecía que no era cierto lo que estaba pasando”.

Quedó solo en el monte en medio de la helada noche. Nadie más se había tirado del tren en ese lugar cercano al poblado de Juchitán en el estado de Oaxaca.

Cuando el sueño y la debilidad querían doblegarlo, lo despertaban el frío y el dolor. Así pasó toda la noche hasta que con la luz del nuevo día pudo ver a un muchacho que caminaba por la línea del tren.

Con las pocas fuerzas que quedaban en sus pulmones le silbó, al tiempo que palmoteaba hasta que logró que el desconocido lo viera, pero sin ponerle mucha atención.

El extraño se percató de la tragedia hasta que tuvo cerca al herido. “La cara que puso fue de susto, por el nerviosismo no hallaba qué hacer. Yo le pedí que no me dejara morir. Al fin reaccionó y me dijo: no te preocupes, ya voy a buscar ayuda, y se fue”.

“Solo confía en Dios”

Después de una hora o dos ( no lo recuerda bien) regresó el muchacho acompañado de los federales en una camioneta de paila. “Lo primero que pedí fue agua porque sentía una sed desesperante que ahora me recuerda a la que debió sentir Jesucristo cuando estaba en la cruz”.
Por fin le dieron el líquido en una botella grande de refresco, que le cayó “como gota en un comal”.

Luego lo subieron en el vehículo y lo trasladaron al hospital del Seguro Social de Juchitán de donde lo refirieron a un hospital mejor equipado.
“Mientras esperaba al traumatólogo en aquel hospital, me miré las palmas de las manos y las tenía amarillas como las de un muerto”.

Minutos después era llevado al quirófano. “Solo confía en Dios”, lo confortó uno de los cirujanos cuando el paciente preguntó si saldría con vida. Luego el sueño lo venció.

Al despertarse en la cama vio asombrado que tenía sus dos piernas bajo la sábana y quiso tocarlas, pero una enfermera lo detuvo.
Se las habían formado con trapos para evitarle el impacto sicológico cuando le pasara la anestesia. “No se preocupe que yo ya sé lo que pasó”, le dijo el hondureño, resignado.

Leymi está seguro que todo lo hizo Dios. “Si el Señor no hubiera mandado a aquel hombre que me encontró desangrándome, estaría enterrado en México como desconocido, porque hasta mis papeles quedaron en el tren”.