Su taxi es una pequeña biblioteca con libros en francés, inglés, alemán y español que Salustio Suazo lee entre una y otra carrera. Gracias a que domina cuatro idiomas, el taxista se ha convertido en el preferido de muchos turistas extranjeros que a veces contratan sus servicios, aún antes de llegar al país.
“Mi relación es de primer nivel, tengo clientes de mucha altura, por lo general extranjeros que me buscan no sólo como taxista, sino también como traductor y guía”, dice Suazo, de 58 años. En Tegucigalpa, Suazo comenzó el bachillerato con miras a convertirse en abogado, pero las limitaciones económicas y la falta de apoyo de su familia le impidieron hacer realidad ese sueño, aunque no culpa por ello a nadie, según dijo.
“El derecho ha sido una de mis pasiones; de hecho he leído todos los libros de John Grisham, el escritor norteamericano conocido por sus thrillers judiciales”, agrega.
Algunos de los libros que carga hasta en el baúl del taxi los obtiene prestados en la biblioteca de la Alianza Francesa, de la cual es miembro y otros son obsequio de clientes que conocen su apetito insaciable por la lectura.“Los dejan a propósito en el carro o me los regalan después de haberlos leído cuando ven mi interés en leerlos”.
El francés es el preferido de los idiomas que maneja, a tal grado que lee más libros en esta lengua que en español.
Agradece al desaparecido empresario sampedrano don Jorge Larach haberle heredado esa llave que le ha abierto las puertas de un trabajo rentable. Fue él quien le costeó los primeros estudios para que llegara a convertirse en un hombre cuatrilingüe, cuando fue uno de sus empleados de confianza.
“Preparate porque es lo único que te puedo dejar”, le dijo don Jorge cuando decidió pagarle un profesor norteamericano para que le enseñara inglés.
“Aunque don Jorge sabía inglés, me llamaban a mí cuando llegaban clientes extranjeros a su tienda para que les sirviera de traductor.
Luego me matriculé en la Alianza Francesa y cuando don Jorge se dio cuenta, me pidió los recibos de lo que había pagado para reembolsármelos. “De aquí en adelante estos estudios también corren por mi cuenta”, le dijo. Cuando su protector falleció, Suazo se fue a trabajar a Estados Unidos con una visa de trabajo que precisamente le consiguió uno de los clientes norteamericanos que conoció en Jorge J. Larach.
“Por mis idiomas tuve también buenos trabajos en Estados Unidos. Estando como bodeguero en un barco de turistas que viajaba de Filadelfia a las Bermudas, el gerente de bebidas y alimentos me pidió que le sirviera de traductor entre él y los pasajeros, que eran haitianos y que solamente sabían francés”.
La sorpresa de Suazo fue que, cuando terminaron de descargar el barco, el ejecutivo lo mandó donde el sastre para que le confeccionaran su traje de oficial, pues de allí en adelante sería su asistente.Aunque le iba bien en las diferentes embarcaciones para turistas en que trabajó, un buen día que vino a pasar vacaciones a Honduras, dispuso mejor quedarse con su familia y compró un número y un carro para trabajar como taxista.
Sus clientes por lo general son millonarios norteamericanos que prefieren mantener un bajo perfil cuando visitan Honduras. Es el caso de Ernie Grifin, filántropo propietario de una cadena de gasolineras y sus respectivos star marts en Oklahoma, que solía venir al país con sus maletas repletas de donativos para los pobres.
Relata Suazo que en cierta ocasión el magnate le pidió que le hiciera una carrera a Puerto Cortés, donde estaba comprando lotes de terreno para hacerles casas a personas necesitadas.
Dice que iban pasando por el barrio Medina de aquella ciudad cuando de pronto su pasajero le pidió que detuviera la marcha frente a una mujer harapienta que estaba sentada en una acera con sus tres criaturas.
Cuando el norteamericano se enteró a través de su traductor que aquella dama no tenía marido y dormía con sus tres hijos donde le cayera la noche, le pidió a Suazo que los subiera en el taxi y lo llevara a buscar un terrenito.A las dos semanas, Grifin había construido una casa modesta para la familia, pero debidamente amueblada y con su refrigerador lleno de alimentos. La vivienda quedó a nombre de una tercera persona para que la mujer no pudiera venderla y quedara otra vez en la calle.
Un Lincoln desde Texas
Cierta vez dice Suazo que en el hotel Sula se encontró con un gringo corpulento a quien de inmediato le ofreció sus servicios. Cuando el extranjero se dio cuenta de que el taxista hablaba perfectamente el inglés, le pidió que le diera un tour por la ciudad. Mientras hacían el recorrido, el hombre se presentó como Ralph Cotran y le confesó que había llegado al país para encontrarse con su novia hondureña, a quien había conocido en un viaje anterior.
Estaba esperando a la chica que llegaría de El Paraíso, donde vivía, como también un Lincoln que le estaban enviando por barco desde Texas, pues quería darse el gusto de pasear con ella en su propio vehículo por la ciudad.Relata Suazo que cuando la chica y el carro por fin llegaron, Cotran alquiló un lujoso apartamento y lo invitó a él y a su familia a almorzar. No se imaginaba el taxista que aquel hombre con tanto dinero se pusiera un delantal para cocinar sólo para ellos y su prometida. “él se fue con su novia a casarse a Estados Unidos y yo me quedé con la sensación de que un millonario norteamericano había cocinado para mí, mi señora y mis hijos”.
Le pagan para que les acepte una invitación
Un cliente extranjero le preguntó al taxista Salustio Suazo cuánto gana en el día conduciendo su unidad.
Cuando Suazo le dio la cantidad aproximada, el turista sacó un fajo de billetes de su cartera y se los metió en la bolsa de su camisa.
“Ahora cerrá el carro y vámonos que te voy a invitar a almorzar para que conversemos”, le dijo en inglés el cliente.
Este tipo de obsequios “los acepto con altura, sin rebajarme, porque sé que lo hacen sin ningún interés”, dice. Incluso el vehículo que ahora conduce lo compró con la ayuda de un norteamericano luego de chocar el carro con que comenzó a trabajar. Es un cliente que lo contrata por un mes cuando viene de Estados Unidos, a quien había dejado en un apartamento cuando, a las pocas cuadras, una mujer que no hizo el alto le destruyó su unidad.
“No se me ocurrió otra cosa que llamarlo por el celular y cuando llegó me ofreció el dinero para comprar otro carro y que se lo pagara como pudiera”. Sin embargo, el taxista no se quiso aprovechar de su bondad. Le dijo que él tenía un dinero ahorrado y que lo que necesitaba era una contraparte, que si se la facilitaba, se la pagaría en cuanto pudiera. La sorpresa que no olvida Suazo es la que se llevó cuando subió en su carro a un jovencito con una gabacha de médico que le pidió una carrera para la morgue del hospital Mario Rivas. Resulta que el muchacho recién había terminado un curso de alemán y cuando vio los libros de Suazo, ambos se identificaron y terminaron conversando en esa lengua.