Teníamos que estar ahí. Habíamos estado esperando ese momento desde 45 días atrás; hoy se liberarían cerca de 700 neonatos de tortugas golfinas, en las playas de Punta Ratón.
La Lepidochelys olivacea o tortuga golfina como es su nombre común, es la más pequeña de las 8 especies de tortugas marinas que existen en el mundo. Curioso, porque esta especie llega a alcanzar una longitud aproximada de 75 centímetros y su peso ronda las 100 libras.
La golfina suele desovar en las costas del Pacífico, entre California y Chile, pero las concentraciones más altas se dan en México, Centroamérica y Colombia. En Honduras, cerca de diez playas en nuestro Golfo de Fonseca, son las favoritas de estos pacíficos gigantes.
Desafortunadamente, la tortuga golfina sufre los ataques constantes de los pescadores ilegales que buscan sus nidos para colectar y vender los huevos (existe la errónea creencia de que los huevos son afrodisíacos; algo completamente falso). También la construcción de infraestructura hotelera o de restaurantes a la orilla del mar, destruye los sitios habituales de desove. A estas amenazas, se suman los incontables animales salvajes y domésticos (como perros, gatos o cerdos) que vagan por las playas y depredan los nidos.
A Dios gracias, desde 1975 existe el programa de protección y conservación de la tortuga golfina en el Golfo de Fonseca. Un programa integrado por la Secretaría de Recursos Naturales y la Asociación Nacional de Acuicultores de Honduras entre otras instituciones públicas y privadas, que han luchado por proteger a este hermoso reptil que llega a desovar durante casi todo el año, pero en especial, entre los meses de julio a septiembre.
Cuarenta y cinco días después de haber sido depositados en la arena, los huevos eclosionan y los neonatos inician una precipitada carrera hacia el mar. Muchos morirán en el corto camino, a manos de los depredadores terrestres naturales. Ya en el mar, las esperan mil peligros más en estos primeros días y meses. Pequeñas y lentas, las tortuguitas se convertirán en bocadillo de cualquier pez o ave. Muy pocas llegarán a la madurez.
El ciclo de la naturaleza puede parecernos algunas veces, despiadado e innecesariamente cruel. Pero sin duda alguna, es perfecto. Ha funcionado a las mil maravillas durante miles y miles de años y ese equilibrio sólo ha sido alterado, arbitrariamente, por el hombre.
El programa de protección a la tortuga golfina es un esfuerzo que debe de ser aplaudido y apoyado por todos los hondureños. El Sur, a pesar de sus limitaciones económicas, lo está haciendo y es un buen momento para que se aplique en mayor escala en la costa norte del país, con las especies que acuden a sus playas. Un proyecto que se merecen sus hijos.