Tenía diez años Geovany Goff cuando se apagó por completo la luz de sus ojos a causa de la explosión de un cargamento de pólvora. No obstante, navega por Internet, toca la guitarra, hace canciones y le prepara la comida a su hijo de nueve años.
Vivía en la colonia Los Castaños de San Pedro Sula cuando sus pasos lo llevaron a enfrentarse con la tragedia que cambió su vida.
Siempre andaba detrás de una pelota de fútbol pues uno de sus grandes sueños era llegar a ser jugador titular del equipo Olimpia. Precisamente estaba frente a una casa donde elaboraban productos de pólvora, esperando a un amiguito para jugar una potra en el momento que se produjo el accidente.
Mientras su amigo terminaba de desayunar se puso a observar cómo varios hombres cargaban un carro con los artefactos explosivos. De repente se produjo el estallido que lo lanzó varios metros del lugar adonde esperaba sentado sobre su balón. En el percance falleció uno de los hombres que manipulaba el producto explosivo.
El bombazo no solamente le afectó la vista a Geovany, sino también el rostro y sus extremidades, por lo que en el hospital del Seguro Social, adonde fue atendido, los médicos diagnosticaron que quedaría ciego, en silla de ruedas y sin uno de sus brazos.
Afortunadamente el caso fue conocido por la recordada dama de origen norteamericano Ruth Paz, benefactora de los niños quemados, quien personalmente lo trasladó a un hospital de Estados Unidos adonde lo recuperaron. Por eso Geovany Goff dice que él es un milagro de Dios.
Gracias a que aprendió a leer y a escribir con el sistema Braille en la Escuela para Ciegos Pilar Salinas de Tegucigalpa, asistió como cualquier otro alumno al Instituto San Francisco de la capital, adonde se graduó como Bachiller.
El único trato diferente que le daban los catedrádicos es que los exámenes se los hacían personalmente y en forma verbal. “No había oportunidad de chepear”, comenta sonriente.
Estaba estudiando Derecho en el entonces Centro Universitario Regional del Norte de San Pedro Sula, cuando otra tragedia lo obligó a cambiar el rumbo de su vida: un enloquecido vecino asesinó a su padre y a su madre a tiros en la colonia Los Castaños.
Fue símbolo en Guatemala
Sin un trabajo ni el apoyo de su padre, quien lo llevaba y traía en su carro de la casa a la universidad, tuvo que emigrar a Guatemala con una guitarra bajo el brazo como única arma para enfrentarse a la vida.
No le fue tan mal durante los cinco años que estuvo viviendo en la capital chapina porque recibió más apoyo que el que pudieron darle en su país. El entonces alcalde de esa ciudad, Alvaro Arzú, lo contrató para que animara con su música un programa que se llamaba “Feria en tu barrio” mediante el cual las autoridades llevaban ayuda y obras de desarrollo social a diferentes sectores populares.
No obstante que es catracho, Geovany también fue seleccionado como figura símbolo de uno de los sorteos extraordinarios de la Lotería Santa Lucía destinada a beneficiar a las personas ciegas de Guatemala. Su fotografía aparecía en cada uno de los “cachitos” o vigésimos de los pliegos que vendían los invidentes en los lugares públicos.
Pero lo más emocionante que le sucedió en el vecino país fue haber conocido, a través de Skype, a Mónica, una muchacha de sonrisa radiante que vivía en San Pedro Sula. “Como por ese tiempo no había muchos canales de televisión y yo era aficionado al Skype, siempre me metía a ese programa porque quería saber de Honduras. De repente nos conectamos y comenzamos una bella amistad”, manifestó. Se casó con Mónica en cuanto él regresó para radicarse nuevamente en San Pedro Sula. El hogar que forma con ella y su hijo Adrián es como un sustituto del que perdió al ser asesinados su padres, aunque a estos no los pueda olvidar, según expresó.
Mientras Mónica trabaja en un “call center” de la ciudad, él hijo va a la escuela, pero por la tarde acompaña en casa a su padre quien, por su condición física, no ha podido obtener un empleo permanente. Lo que hace es cantar en centros de diversión y fiestas particulares. “Mi esposa maneja la computadora y la pista, mientras yo me complemento con la guitarra y la voz”, expresa.
Lo que más canta son melodías de los años 80, pero también lo que le pidan. Las que no interpreta son las de José Feliciano porque “con ese no nos podemos ver”, dice haciendo gala de su buen humor, en alusión a que ambos son ciegos.
Le quedan bien los taquitos
De no ser por sus grandes gafas oscuras que cubren los estragos que hizo la explosión, difícilmente se puede detectar a primera vista que Geovany no ve, porque se desenvuelve con naturalidad gracias a que se le agudizaron los otros sentidos.
Hasta que lo ven con su bastón tanteando la dirección de sus pasos, mucha gente se da cuenta que su vida está rodeada de sombras.
En su casa hasta cocina en una estufa eléctrica, siempre y cuando no le muevan los utensilios ni los condimentos del lugar adonde los tiene. ‘Cocina mejor que mi mamá’, comenta su hijo Adrián, quien a veces lo auxilia cuando no puede hallar algún traste.
‘Lo que mejor le quedan son los taquitos de chicharrón al estilo mexicano’, dijo el niño.
Cuando no cocina o pulsa la guitarra, está navegando por Internet mediante Jaws, un sofware para ciegos que le permite identificar por sonidos, los diferentes sitios. “Este es mi centro de operaciones”, dice mientras se conecta con cibernautas de otras latitudes del mundo o busca un audiolibro.
La ceguera nunca ha sido una barrera para hacer lo que a él le gusta, incluso ha jugado fútbol colocando un chinchín por dentro a la pelota para seguirla. Una de las pocas cosas que no pudo lograr fue llegar a ser jugador titular del Olimpia, como soñó de chiquillo.