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Prostitución: adolescentes se venden con la bragueta abierta

  • 15 junio 2017 /

Desde 2016, más adolescentes, que dicen no encontrar un trabajo, se lanzan a las calles a prestar servicios sexuales. No se pintan los labios; un short minúsculo es suficiente.

San Pedro Sula, Honduras.

Cuando el sol comienza a ocultarse y la noche se abre en el horizonte, grupos de mujeres de alquiler, de esas que usan vestimenta que deja al descubierto más allá de los muslos, aparecen repentinamente en las esquinas de las calles céntricas de San Pedro Sula.

En la medida que la noche consume las horas, estas mujeres se multiplican en Guamilito, El Benque, Suyapa, El Centro y otros barrios antiguamente célebres de esta urbe.

Sépalo
Algunas de estas jóvenes, además de ser explotadas por sus maridos, consumen sustancias psicóticas, fuman marihuana o inhalan pegamento.
Algunas son de contextura delgada y otras de complexión exuberante. Las voluptuosas exhiben, con mayor facilidad, los atributos como imanes para atraer a los clientes, principalmente, a los conductores de automóviles.

Los hombres que manejan carros, máxime quienes han circulado por las noches en las últimas tres décadas por estas calles, saben perfectamente que todas son prostitutas, puesto que ellas sin ningún tipo de freno, por ejemplo, rozan y deslizan sus cuerpos por los postes del tendido eléctrico, al estilo table dance de un club nocturno, cuando intentan llamar la atención con remedos de bailes eróticos.

Foto: La Prensa

Una mujer, con la bragueta abierta y con cerveza en mano, busca clientes.
Estas son las prostitutas consumadas, que sobrepasan los 30 años de edad o incluso rondan los 50.

Son las meretrices que, a lo largo de varias décadas, han tenido relaciones sexuales con cientos de hombres y que, con la consetudinaria práctica de la actividad, han aprendido a sobrevivir en este submundo controlado por la delincuencia.

Comisión
Las adolescentes deben dar obligadamente parte del dinero al hombre que las “cuida”.
La novedad

En el mercado callejero del sexo de San Pedro Sula, marcado con el estereotipo de mujeres de labios rojos, abre brecha Maribel (nombre ficticio).


Ella dice que tiene 19, pero su rostro la delata e indica que es una menor de edad, una adolescente, probablemente.

“Yo cobro 500 por el rato y hago de todo”, dice, mientras camina por la 4 calle del barrio El Centro. “Podemos entrar a un hotel de estos”, propone.

Foto: La Prensa

Una mujer adolescente concerta el precio que cobra por servicios sexuales con un cliente que transita en un vehículo en la 4 calle del barrio El Benque.
Maribel es una muchacha de 1.60 metros de estatura, aproximadamente. No se pinta los labios, tampoco es voluptuosa. Es de contextura delgada y viste una blusa ajustada y un short minúsculo, que, a simple vista, parece una franja de tela de unas seis pulgadas de ancho. “Si te vas conmigo, te vas a llevar esto”, promete y, al mismo tiempo, coloca sus dedos de la mano derecha en la parte frontal del short. La bragueta la lleva abierta y muestra su ropa interior color rosada.



Después de las 9 de la noche, Maribel, en compañía de Karina (nombre ficticio), camina con dirección al edificio Rivera y Compañía. Las dos van ofreciendo servicios sexuales a quienes les interese.

100
Jóvenes
Durante un fin de semana, periodistas de LA PRENSA contaron más de un centenar de prostitutas adolescentes en las calles.
Todas las noches, Maribel y Karina cruzan las calles y avenidas del centro de la ciudad. Siempre visten una blusa ajustada y un short con la cremallera abierta.

Este es la característica que destaca el estilo que han adoptado las nuevas prostitutas, la mayoría adolescentes, para diferenciarse de “las viejas” y anunciar que están disponibles.

Foto: La Prensa

Otras mujeres caminan o esperan que otros vehículos lleguen para entrar a un hotel o a un estacionamiento.
Maribel y Karina son apenas dos de un enjambre de unas 100 jóvenes hetairas nuevas que, entre 2016 y 2017, se han lanzado a alquilar el cuerpo como su modus vivendi porque, arguyen, no encuentran un trabajo bien remunerado.



Para justificar su actividad, hacen cuentas mentalmente: en una semana, calculan, tienen la posibilidad de ganar el salario mínimo (más de L7,000), cantidad que devengarían en un mes con un trabajo formal que las obligaría a tener un horario rígido de 8 de la mañana a 5 de la tarde.

500
Mujeres
En el mercado callejero del sexo de San Pedro Sula prestan servicios sexuales alrededor de medio millar de mujeres de todas las edades.

Las prostitutas adolescentes, de short con bragueta abierta y ropa interior visible, evitan mezclarse con las mujeres más experimentadas para no competir.

Estas ejercen la actividad en el parque central, entre la quinta y sexta avenidas, entre El Centro, El Benque y Guamilito.

Mientras Maribel y Karina buscan los clientes en los alrededores del parque, Sofía e Ivón (nombres ficticios) se apostan en una esquina de la séptima avenida sur, entre la 4 y 5 calles. Las dos dicen que tienen 19 años de edad.

Foto: La Prensa

Otras mujeres caminan o esperan que otros vehículos lleguen para entrar a un hotel o a un estacionamiento.
“Mi amor, nosotros aquí trabajamos. Cobramos L500, si quiere la hora. Y debe pagar L100 en el hotel”, dice Sofía.

Ante los ojos de los transeúntes, Sofía e Ivón permanecen solitarias en la esquina, pero ellas están vigiladas por un hombre.

delitos de explotación sexual comercial
1. Proxenetismo
Quien promueve, recluta o somete a personas a la explotación sexual es sancionado con 6 a 10 años de carcel.
2. Aumento
Las penas contra los proxenetas aumentan en un medio, según el Código Penal, cuando explotan a menores de 18 años.
3. Clientes
Los hombres que tienen relaciones sexuales con menores de 18 años son sancionados con una pena de 6 a 10 años de cárcel.

Este se encarga de cobrar los L500 y negociar, con anticipación, con el administrador de un hotel pequeño el alquiler de una habitación.

El “cuidador”, es decir el hombre que les da supuestamente protección, les ha prohibido, por razones de seguridad, abordar cualquier vehículo y salir del área o tener relaciones sexuales en un hotel diferente. El cliente debe aceptar las condiciones.

Mientras las mujeres le cumplen el rato de placer al cliente en la habitación de L100, el protector, que siempre se mantiene expectante en la esquina, se dedica a otro negocio. Entrega bolsitas y recibe dinero de manos de hombres que llegan en vehículos exclusivamente a realizar esa transacción. Él es proxeneta y repartidor de drogas.

En otro punto del centro, en la quinta avenida, entre las 2 y 3 calles, a una cuadra de la Municipalidad, cuatro individuos jóvenes fuman puros de marihuana y se muestran desinteresados ante todo lo que sucede a su alrededor. No obstante, ellos tienen los ojos puestos en todos los hombres que se acercan a las cuatro adolescentes que prostituyen.

A una cuadra de allí, otra muchacha de cuerpo menudo, que se hace ver en la soledad en la esquina de la segunda calle y cuarta avenida de Guamilito, es supervisada, sin ser advertido por los clientes, por un sujeto que se transporta en un vehículo Ford negro.

“Cobro 400, pero no hago tríos”, dice. “Hay que pagar L50 más en el parqueo”. A diferencia de las otras prostitutas, esta mujer le presta el servicio sexual a los hombres dentro de un automóvil, no en un hotel.

Para que las autoridades policiales no los detengan por actos de lujuria en vía pública, el dueño del carro debe pagar en un estacionamiento vehicular ubicado en esa avenida.