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'Prefiero pedir y no prostituirme': testimonio de hondureña

  • 14 junio 2017 /

Abandonó Colón con el objetivo de salir de la pobreza, pero en San Pedro Sula se hundió en la miseria. No sabe leer ni escribir y es madre de 8 hijos de dos hombres diferentes.

    San Pedro Sula, Honduras.

    A los cinco días de haber dado a luz su octavo hijo, Nolvia Ondina Santos volvió al bulevar de Jardines del Valle. La miseria no le da tregua y todos los días la envía a la calle, con varios de sus niños, a pedir dinero para sobrevivir.

    Santos, garífuna de 32 años, parió el primer hijo cuando era aún una niña, a los 15. Ahora, él es un muchacho, tiene 17 años, es casi un ciudadano, pero no le ayuda económicamente porque “trabaja de vez en cuando”.



    El marido, de 52 años, un ex conductor de equipo pesado, tampoco la apoya, mas le sigue engendrando más hijos. Los últimos tres son de él. Los primeros cinco son de otro hombre.

    Santos está dentro del laberinto de la miseria del cual no puede escapar porque no tiene los recursos y las capacidades para salir: no sabe leer ni escribir y siempre le niegan un trabajo cuando se dan cuenta donde vive.

    “Yo he buscado trabajo y cuando les digo que vivo en el bordo de Bermejo me lo niegan. Creen que todos los que vivimos en los bordos somos delincuentes”, dice.

    Foto: La Prensa

    Las mujeres que utilizan a los hijos para mendigar, en su mayoría, son madres solteras. Algunas, como Santos, tienen marido, pero no les ayudan económicamente.
    Acompañada de dos de sus siete hijos, Santos llega antes de mediodía a ese bulevar y se marcha después de las cinco de la tarde con más de L200 o L300 de limosna.

    Durante unas seis horas, permanece sentada, recostada al tronco de un árbol. Consume la comida que los conductores le regalan y amamanta a la recién nacida cuando la bebé se muestra inquieta.


    Los dos hijos (un niño que está en cuarto grado y una niña que cursa el segundo grado) son los encargados de tocar a la ventana de los carros y recibir el dinero.

    “Hay gente que nos insulta y nos manda a trabajar. Trabajo no hay (...) Antes trabajaba en aseo, pero ahora nadie me da trabajo”, dice. “A mí me dan ganas de llorar cuando me dicen eso”.

    Un día, cuando ella era una niña, decidió abandonar Sonaguera, Colón, donde nació, con el deseo de escapar de la pobreza. Sin embargo, aquí, en San Pedro Sula, se hundió en la pobreza. En esta ciudad se enamoró de un hombre que la embarazó a los 14 años.

    Foto: La Prensa

    Nolvia Ondina Santos y tres de sus ocho hijos en el bulevar de Jardines del Valle. Para ellos no hay feriado. Todos los días, incluidos los domingos, piden y logran obtener el dinero que necesitan para comprar la comida.
    En Sonaguera, por descender de una familia garífuna que vivía en condiciones paupérrimas, no tuvo la oportunidad de asistir a una escuela. Su infancia la pasó trabajando en fincas de naranjas.

    “Yo puedo trabajar en cualquier cosa, menos de prostituta. Me gustaría ganar dinero para que mis hijos no sufran lo que yo sufrí”, dice. Santos, su marido y sus hijos viven en una covacha, armada de rótulos y pedazos de madera, que está situada a la orilla del río.

    Con el dinero que recogen en el bulevar compran la comida del día y sufragan los gastos de la escuela de los dos niños.

    “Es triste ser pobre. Hay que tener dinerito para comer. Si no hay dinero no hay comida. Mucha gente nunca ha sufrido y por eso no lo entiende a uno”, dice.

    Santos es consciente de que lo único que les puede heredar a sus hijos es pobreza porque no tiene ningún bien material, más allá de la ropa que lleva puesta.

    “Por eso quiero que vayan a la escuela, para que aprendan a leer y escribir. Si saben leer, cuando estén grandes, podrán tener un trabajo y vivir mejor”, dice.

    A ella le gustaría que sus hijos vivieran en una “casa grande y no en el cuarto pequeño” del bordo. Sin embargo, sabe que “es difícil” comprarla con el dinero obtenido por medio de la mendicidad.

    Para ella y sus dos niños, la palabra Ihnfa, la sigla del antiguo Instituto Hondureño de la Niñez y la Familia, provoca miedo y angustia. Les evoca recuerdos, según Santos, desagradables.

    “Un día se llevaron a mi hija los del Ihnfa porque alguien les dijo que mi marido la había violado. Me la devolvieron porque se dieron cuenta que no era verdad”, relata.

    Santos tiene el concepto que el Ihnfa, ahora Dirección de la Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf), se dedica solamente a “agarrar y a encerrar los niños de la calle y no los ayuda a salir adelante”.

    En ese mismo bulevar, donde Santos pide limosna y amamanta públicamente a la recién nacida, otra mujer, con una niña en brazos, igualmente recurre a la mendicidad.

    Para ella y la otra mujer, las horas más productivas son las comprendidas entre las 12 del mediodía y 4 de la tarde. Hay más movimiento de automóviles y hay menos personas disputando las limosnas.

    Después de las cuatro de la tarde, Santos observa una merma en sus ingresos. A esa hora comienzan a llegar más niños que limpian vidrios, adultos que lanzan fuego por la boca y malabaristas que también han encontrado en la calle una fuente económica.

    “Hay bastante gente pidiendo en la calle. Uno debe estar todo el día aquí para conseguir algo.”, dice. “La suerte que tenemos es que el cuarto donde vivimos es de nosotros, no pagamos alquiler”.

    Para no competir por la misma limosna con Santos, José (nombre ficticio), se distancia de ella. Él “trabaja”, dice, en una esquina del bulevar de la Unah-vs. Con cinco niños más, él aprovecha que el semáforo se pone en rojo para limpiar los vidrios. “Lo malo es que hay personas que no pagan”, dice José.