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Los niños mendigos se multiplican y recaudan más de L3 millones al año

  • 14 junio 2017 /

Recién nacidos son utilizados como señuelos por mujeres para mendigar. Los niños en edad escolar se encargan de recoger el dinero en las calles.

San Pedro Sula, Honduras.

Glenda Rivera (de 27 años) vierte un chorro de agua sobre la cabecita de su niña de varios meses de nacida. De esta manera, garantiza que la infanta, que carga en brazos, resista los 40 grados de calor y soporte los inclementes rayos de sol que caen perpendicularmente y desesperan a cualquier peatón.

Si ella se descuida y permite que la niña se desmaye o se deshidrate, corre el riesgo de perder el día, es decir, de no obtener el dinero necesario para comprar comida y pagarle a un sujeto inmisericorde que le alquila una covacha en un bordo ubicado cerca de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés.

Clave
Las mujeres con recién nacidos en brazos y los niños han desplazado a las personas ancianas y a los discapacitados que en décadas pasadas eran mayoría pidiendo en las calles.
Evidentemente, los ingresos económicos dependen de la recién nacida. Hernández utiliza a la infanta como señuelo para desatar compasión y ablandar las billeteras de conductores de vehículos que transitan por el bulevar del norte.

Entre las 10 y 11 am, casi todos los días de la semana, aunque el calor sea extremadamente sofocante, ella se sienta en la mediana del bulevar con la niña de 7 meses. Mientras ella crea una atmósfera de miseria, rematada con tristeza, sus tres hijos y una sobrina, cuyas edades no superan los 7 años, circulan entre las hileras de carros pidiendo dinero.



“Aquí recojo unos L300 al día. Con eso compramos la comida y pago el cuarto. Pago L300 al mes de alquiler. El cuarto no tiene agua ni tiene luz”, dice.

Hernández, por haber cursado hasta el tercer grado de educación primaria y no tener el apoyo de los dos padres de sus cuatro hijos, se siente condenada a ejercer la mendicidad y utilizar a sus vástagos prácticamente como carnada para recoger la limosna.

100
Menores
Hay pidiendo en las calles.
Además de los niños que tienden la mano porque sus padres los envían, hay otros que limpian los vidrios de los carros y hacen malabares a cambio de dinero.
“Mi marido no me ayuda (padre de la recién nacida). Él es bolo (borracho). Y el papá de mis primeros hijos está muerto. Lo mataron. Un hombre que lo siguió en una moto le disparó ahí por Expocentro”, relata.

Cuando la noche comienza a caer, alrededor de las 6:30 pm, ella coloca a la infanta dentro de un coche de niño que, en algunas ocasiones, mantiene estacionado en la mediana. Con sus tres vástagos y la sobrina se trasladan a una vieja parada de buses a descansar. Veinte minutos después, comienzan a caminar con dirección al asentamiento donde residen.

Casi siempre, ella y los cinco niños llegan aproximadamente a las siete de la noche al habitáculo armado con pedazos de madera y rótulos publicitarios recogidos por el dueño.

Esta covacha, armada en un territorio municipal, es propiedad de un hombre que no le perdona retrasos a los inquilinos. Cuando no pagan, los echa a la calle.



Variedad

En otro sector de la ciudad, en el bulevar Los Próceres, Carmen Salas (de 27) hace exactamente lo mismo que Glenda Rivera. Cada día, después de las 10 de la mañana, ella se instala frente a una gasolinera. Carga en brazos a una niña de 8 meses y recorre las líneas de carros que se forman cuando el semáforo enciende la luz roja. “Yo aquí recojo 300, 350, 400 lempiras. El papá de la niña trabaja. Es albañil, gana poco. Por eso vengo a pedir”, justifica Salas.

Expuestos a los abusos sexuales
Niños que deberían estar en clases en las escuelas y que piden dinero en la calle se exponen todos los días a ser objeto de abusos sexuales.
Con el dinero que los conductores de automóviles le aportan, ella paga el alquiler de un cuarto situado en el barrio Medina. “Pago 1,200 al mes, ya va incluida el agua y la luz”, explica.

Otra parte recaudada en estos días, según ella, la utilizará para sufragar el transporte a Tegucigalpa. Deberá asistir al Hospital Escuela, pues a su hija le diagnosticaron glaucoma.

Cuando pide, Salas lleva recostada la niña en su pecho y en su mano izquierda porta una sombrilla para evitar la insolación. Con la mano derecha, recibe la limosna.

Su hijo (8 años) que algunas veces la acompaña, también recorre entre los carros. “Me dieron L100”, le grita.

Luego de unas seis horas de mendicidad, a las 4:45 pm, los tres abordan un bus de la Ruta 2.

Minutos después de las 5:00 pm, bajan del bus y caminan por la 8 calle, hasta llegar a la tercera avenida del barrio Medina; ahí viven.

Crecimiento
Debido a que las autoridades no han tomado medidas, la mendicidad de niños ha crecido en forma vertiginosa en San Pedro Sula.
Reemplazo

Al día siguiente, ella no llega a mendigar. Sin embargo, su lugar es ocupado por otra mujer que, en semanas anteriores, estuvo pidiendo con sus dos hijos en la Circunvalación. Dice llamarse Isabel Henríquez y ser originaria de Santa Bárbara. Permanentemente carga en brazos una bebé de un año. En ciertos momentos, se sienta en la mediana, dentro de un quiosco de periódicos, mientras sus hijos (una niña y un niño) piden.
Ella también amamanta a la recién nacida varias veces y cuenta el dinero en más de veinte ocasiones hasta que logra y supera la meta.

“Tengo que recoger dinero para pagar el cuarto y la comida. Por el cuarto pago L70 al día”, dice.

A las 5:45 pm, los cuatro, Isabel, la recién nacida y los dos niños, abordan un bus de la Ruta 2. Minutos después, bajan en la parada céntrica de Maheco. Luego, caminan entre los tenderetes de comercio informal de la 2 calle. Compran queso. Finalmente toman un autobús amarillo de la aldea El Carmen.

Exclusión
Ninguna de estas mujeres ha sido invitada a participar en un programa (gubernamental o municipal) para dejar la mendicidad y generar dinero a través de un trabajo.
Global

Estos tres casos de mendicidad involucran a 10 menores de edad, entre ellos a tres recién nacidos, que son explotados por sus padres.

En este momento, en más de una decena de intercepciones de calles y avenidas de San Pedro Sula, como en el Monumento a la Madre, frente al Hotel Hilton, Centro Comercial Galerías, primera calle, más de 100 niños tocan las ventanas de los carros en busca de dinero.

Este es el nuevo modus vivendi de familias, excluidas socialmente, que no encuentran un trabajo, ni el apoyo del gobierno central ni el del gobierno local.

El vacío, que las autoridades centrales y municipales mantienen, es cubierto, obligadamente, por los conductores de vehículos que, consternados por las escenas dramáticas o en medio de dudas, les aportan dinero para su sostén. Algunos entregan hasta L100 o, inclusive, dólares.

En 20 días, porque en algunos no mendigan por enfermedad, lluvia y otras causas, en un horario de 10 de la mañana a 6 de la tarde, un niño recauda entre L150 y L250 diarios. Con esa cantidad mínima, los 100 niños recaudan de manera global unos L3,600,000 en un año.

Dinámica

En las últimas dos semanas, periodistas de LA PRENSA mantuvieron bajo observación a varias mujeres con sus hijos, desde el momento que se ubican en sus puntos de operación hasta que llegan a sus casas, para descubrir la dinámica.

Los periodistas observaron que en algunos semáforos hay hasta dos mujeres juntas, sentadas en una acera, esperando el dinero que recaudan los niños. En otros lugares, las madres operan de manera aislada y no tienen comunicación con otros mendigos.

En las calles cada quien reza por su santo. No ejercen la mendicidad de manera confabulada u organizada.

Ejemplo

A María Pu, madre de dos niños (uno de 4 y una de 2), le resulta vergonzoso mendigar. Ella, asegura, que jamás mandaría a sus hijos a las calles a pedir dinero.

“Tenemos necesidad, pero prefiero vender maní y no pedir”, dice.

Esta mujer indígena, con su marido Juan, viajan varias veces al año a San Pedro desde Quiché, departamento noroccidental de Guatemala, a vender cacahuates.

Recientemente, en el momento que Juan recorría los barrios, María, en compañía de sus dos niños, vendía porciones de esos frutos a L10 y L20 frente al atrio de la catedral de San Pedro Sula.

Irónicamente, María, que habla español y quiché, suplicaba a los transeúntes que le compraran los cacahuates que tenía en un canasto, pero eran raros y contados los peatones que frenaban la marcha para comprar.

En cambio, en el bulevar Los Próceres, Isabel Henríquez recibía dinero de los conductores de los automóviles que se conmovían al ver la mujer cargando a la niña que, según ella, deberá llevar a un centro de la Teletón.