07/12/2025
03:27 PM

Palma y nostalgia cubren los viejos campos bananeros

Un ambiente de desolación reina en los desmantelados campos que otrora fueron campamentos alegres de trabajadores.

    La Lima, Honduras.

    Sentado en las gradas del único barracón que queda del campo Corozales, don Abraham Rodríguez recordó los tiempos de bonanza de la bananera cuando podía tomar el tren para ir a pasear a Tela, con solo desearlo.

    De aquel ferrocarril que pasaba alegre a menos de 200 metros de su barracón, no quedaron ni siquiera las huellas de su línea férrea. Se fue como la alegría de los días de pago y el queso capa roja que vendían en el comisariato siempre surtido hasta de productos norteamericanos. “Todavía pasaba por aquí el (tren) pasajero, el machangay y el mixto. Allí le vendían lo que usted pidiera, comida y aquellas cubetas con cerveza y hielo”.

    En Corozales, como en el resto de campos del ramal de La Lima, los bananales parecen asfixiarse en medio de los extensos cultivos de palma africana que cada vez ganan terreno. “Donde están esos cultivos de palma, era el campamento de los trabajadores”, manifestó don Abraham. él dejó de laborar para la Tela Railroad Company en 2005, pero no quiso abandonar el barracón porque Dios le ordenó que se quedara, según dijo.

    “Desde entonces vivo sin luz ni agua, pero feliz de estar con mi vieja”, expresó al referirse a su compañera Teodolinda Hernández, quien lo escucha atentamente.

    Palma
    Los pequeños tractores que remolcaban las hileras de racimos fueron sustituidos por hombres.


    Corozales, Limones, Laureles y Mopala, son los únicos campos del ramal de La Lima en los que la bananera, que ahora funciona con el nombre de Chiquita Honduras, mantiene empacadoras de bananos para la exportación. Un ambiente desolador rodea a las procesadoras por la falta de los campamentos de trabajadores que fueran levantados por la empresa tras verse afectada por el huracán Mitch en 1998.

    El barracón de don Abraham es uno de los pocos que quedaron en pie aprisionados entre la reducida finca de bananos de Chiquita Honduras, y los cultivos de palma africana propiedad de empresas y cooperativas.

    Como testigos de lo que fue aquel esplendor, están los vestigios del centro comunal de Corozales, perdidos en medio de los cultivos de palma africana. “Cuando se moría alguien, aquí lo velaban, pero también se celebraban fiestas alegres y servía de centro de reunión para el sindicato”, recordó el hombre de 74 años. De igual forma quedaron los vestigios de la iglesia en la que se congregaban los fieles todos los domingos y días festivos.

    Una desolada carretera de tierra conduce desde La Lima hasta los antiguos emporios bananeros, la mayoría de los cuales desaparecieron completamente bajo las plantaciones de la palma aceitera.

    Palma
    Don Abraham y doña Teodolinda viven en el único barracón de Corozales.


    Uno que otro trabajador en bicicleta entra o sale del sector agropecuario de palmas y banano, resguardado por una caseta de vigilantes en medio de la polvorienta carretera.

    Desde que la compañía levantó los campamentos de los trabajadores, la mayoría de estos quedaron concentrados en una colonia de casas de cemento, construida en el antiguo campo de San Juan, al comienzo del ramal. El proyecto fue desarrollado por la organización Fundesula, mediante aportaciones de la compañía, el sindicato y el Gobierno.

    La compañía adujo normas de certificación ambiental para levantar los campamentos, ya que el veneno rociado desde el aire para combatir las placas, es perjudicial para la salud.

    Cristóbal Varela un cortero con 22 años de laborar en las fincas, dijo que él se llevó su propio barracón a su comunidad de Santa Rita, Yoro, gracias a que sus patrones le permitieron que cargara con los materiales, después que el inmueble de madera fue destartalado.

    Palma
    Plantaciones de palma cruzadas por el río Chamelecón, que antes irrigaba los bananales.


    Los escasos barracones que han quedado en el ramal bananero de La Lima, son de viejos trabajadores que se negaron a abandonarlos cuando la bananera comenzó a desmantelarlos, como es el caso de Don Abraham.

    Con el desmantelamiento de aquellos campamentos también desapareció la hermandad y solidaridad que había entre los trabajadores y sus familias, dijo Iris Munguía una exempacadora de bananos que ahora es directiva de la Federación de Sindicatos de la Agroindustria (Festagro).

    Ni siquiera había cercos que separaran los barracones, rodeados de verdes yardas, lo que hacía más cordial la convivencia, según expresó.

    Calculó que en la zona norte las plantaciones de banano quedaron reducidas a 2,000 hectáreas, mientras que de palma africana hay unas 14 mil, después que Honduras llegó a ocupar el tercer lugar en exportación de bananos.

    Palma
    Al reducir el número de departamentos, la bananera redujo ostensiblemente su personal administrativo.


    En cuanto al empleo de mano de obra resulta más beneficioso el cultivo del banano, porque para cada héctarea se requiere un promedio de 1.3 hombres, mientras que en tres hectáreas de palma puede trabajar un solo hombre, expresó. Además el cultivo de palma consume mucha agua, perjudicando otros cultivos del sector.

    En el ramal de El Progreso quedaron operando únicamente las empacadoras de las fincas Coob y Omonita; las demás fueron canceladas y convertidas en plantaciones de palma, dijo el presidente del Sitraterco, Elías Funes.

    El drástico declive de la producción bananera también se ve reflejada en la reducción de afiliados al otrora pujante Sindicato de Trabajadores de la Tela Rail Road Company (Sitraterco). De 50 mil afiliados que tenía la organización, quedaron unos diez mil al desaparecer departamentos como Ferrocarril, Muelles y Contenedores, expresó Funes. “Los afiliados no cabían en este salón cuando había asambleas del sindicato”, expresó el dirigente mirando la amplia sala de juntas, que ahora permanece vacía. “Ahora ni cuenta se dan cuando estamos en huelga”, lamentó.

    Palma
    La planta para procesar el aceite de la palma africana se encuentra en el sector de San Alejo, Tela, Atlántida.