En mayo del año 2003 nos reunimos un grupo de amigos para tratar de documentar los grandes tesoros naturales que ha guardado siempre Honduras en sus entrañas.Provenientes de diferentes disciplinas científicas, el equipo lo componían especialistas en insectos, aves, arqueología, reptiles, anfibios, fotógrafos, videógrafos y especialistas en web.
Durante los siguientes dos años, apoyados económicamente por las autoridades de ese entonces del Instituto Hondureño de Turismo, nos dedicamos a explorar y documentar seis parques nacionales. Es importante comentar que todas estas aventuras no hubieran sido posibles sin el apoyo de otras instituciones, como la Escuela Agrícola Panamericana, la Dirección de Biodiversidad de la Serna y de la desaparecida Cohdefor.
Tras nuestra primera expedición a los interiores del parque nacional La Tigra, nos embarcamos en una segunda aventura a las profundidades de un conjunto de montañas casi desconocidas, ubicadas en la frontera entre los departamentos de Olancho y Colón. Las montañas de Botaderos representan más de 160,000 hectáreas de selva virgen; es tierra de pumas y jaguares. Para cualquier investigador y naturalista, Botaderos es una tentación difícil de evitar.
Los primeras noticias que tuvimos de Botaderos fue a través del libro Birding Honduras de Mark Bonta. El ornitólogo había atravesado esas montañas en busca de nuevos registros de aves para el país; en su caminar se topó con los restos abandonados de una ciudad “de regular tamaño” y sugería que se le diera más atención. El dato “picó” nuestra curiosidad y muy pronto hicimos un primer viaje exploratorio que validó los comentarios de Bonta. Así que preparamos un segundo viaje, ya acompañados de especialistas del Instituto Hondureño de Antropología e Historia, con la esperanza de documentar las ruinas mencionadas.
Diez días duró nuestro viaje y quizá han sido los diez días más excitantes de toda una vida. No sólo encontramos la ciudad de Bonta, sino también otra (y aunque menor en tamaño, no por eso redujo la emoción del descubrimiento).
Pero también encontramos una nueva especie de serpiente venenosa totalmente desconocida para la ciencia (y la verdad sea dicha, el mérito le corresponde a Jorge Ferrari, especialista en reptiles y anfibios quien fue el que la descubrió).
Han pasado los años y es un buen momento para recordar grandes aventuras que poco o nada fueron difundidas en aquel momento. Tal vez es tiempo que aquel decidido grupo vuelva a preparar mochilas y se lance a la aventura de nuevo…