Trabajaba en una casa de masajes, una amiga me llevó y ganaba muy bien. Por ser joven me buscaban los hombres y me ambicioné al dinero”, relata Glenda, una sampedrana de 16 años que fue rescatada de una casa de masajes, en la zona 5 de Guatemala.
La hondureña narró a LA PRENSA su historia. Desde los 15 años era explotada sexualmente en “casas de masajes” donde, según ella, la mayoría de las jóvenes que brindaban sus servicios tenían entre 14 y 16 años. La necesidad económica, asegura, fue lo que la llevó a este lugar.
Un anuncio en el periódico la motivó, pedían jovencitas para trabajo seguro y bien pagado, pero nunca se imaginó que para ganar dinero tendría que vender su cuerpo.
La idea al principio no le gustó, pero ante la falta de empleo y en su situación de ilegalidad en un país extraño, dos días después decidió aceptarlo.
La necesidad
Glenda salió de Honduras en 2009, su familia pasaba por una situación económica difícil y no habían recursos ni para comer. Una de sus amigas le propuso irse “de mojada” y no lo pensó dos veces para tomar la decisión. En una semana iba camino en busca de nuevas oportunidades. Pero no llegó a su destino. Pronto se acabó el poco dinero que llevaba y la supuesta amiga que la entusiasmó, la abandonó. Ella quedó en Guatemala. Pasó una semana en la calle, comiendo cuando la gente le regalaba dinero o comida.
“Yo quería apoyar a mi familia, no estábamos bien económicamente y para no seguir en el sufrimiento decidí trabajar y darle a mi mamá lo que ganara para que mis hermanitos comieran”, asegura Glenda.
Su angustia iba en aumento, conoció a otras jóvenes que como ella buscaban obtener ingresos. Empezaron a pedir trabajo, pero no lograban nada. Un día, leyendo un periódico, se encontró con un anuncio en el que solicitaban muchachas jóvenes.
“Vimos un anuncio que decía que se necesitaba personal, que era un trabajo seguro y que se ganaba bastante. Fuimos a la dirección que aparecía y nos entrevistamos con un señor. El hombre nos explicó que había que atender a los hombres que llegaran al lugar, que había que aprender a darles masajes y que si pagaban por algo más había que estar listas y dar lo que nos pidieran. Yo no estaba segura si quedarme o no en ese trabajo, tenía miedo de que si hacía eso, no sabía cuál iba a ser la reacción de mi familia y otras personas que me conocían. Ese día me fui, pero a los dos día regresé; la misma necesidad y la desesperación que tenía me llevaron a aceptar y comencé a trabajar”, cuenta.
En el lugar trabajaban siete muchachas, entre salvadoreñas y hondureñas, todas menores de edad.
“Desde el 16 de abril del 2009 comencé a trabajar. Yo tenía 15 años y mis compañeras andaban por la misma edad. Nos hicimos muy amigas, nos pagaban bien, ganábamos dependiendo de la cantidad de clientes que atendiéramos y lo que hiciéramos. Por ejemplo, yo ganaba de 300 a 400 quetzales a la semana. Si entraba 20 minutos con el cliente eran 50 quetzales para la casa y 50 para mí. Si era media hora, el pago era 75 para cada uno y si era una hora, te pagaban 100 quetzales. Cuando pedían masaje completo entonces sí me ganaba 125 quetzales porque tenía que tener relaciones sexuales con la persona. Lo que él pidiera y de acuerdo a eso era lo que yo ganaba semanalmente.
De todo lo que recibía sólo me descontaban 27 quetzales, que era lo que me cobraban por uso del cuarto, luz, agua y otros implementos. Ganar bien me atrajo, me gustó y me ambicioné al dinero y cada vez quería más, por eso atendía bien y no me importaban si eran jóvenes o de la tercera edad, con tal de que pagaran no había problema. En enero de este año me salí de la casa de masaje y me fui a trabajar a otra casa donde ganaba muy bien y los clientes por ser joven me buscaban. En ese lugar quedé embarazada y tengo dos meses, pero todavía no sé qué voy a hacer con el niño que voy a tener”, asegura la hondureña.
La joven explica que su familia ignora cómo ganaba el dinero que les enviaba. “A mi mamá le había dicho que estaba trabajando en un restaurante, le mentí para no tener problemas. Me dicen que debo volver a Honduras, pero no quiero volver, quiero quedarme aquí.
Espero que pronto pueda salir de esta casa refugio y aunque me digan que me llevarán a Honduras, de la frontera me regreso. Sé que no está bien lo que hago, pero es la única forma que tengo para sobrevivir y salir adelante”, dice.
Glenda se encuentra bajo custodia de la Unidad de Trata de Guatemala.