18/12/2025
09:20 PM

Lily Dubón: Una gran lección de vida y superación

Bajo el alero de un viejo corredor se la pasa Lily todo el día pegada a su máquina de coser, sacando los encargos de sus clientes.

Bajo el alero de un viejo corredor se la pasa Lily todo el día pegada a su máquina de coser, sacando los encargos de sus clientes, sin que la faena empañe su entusiasmo.

En sólo tres días confecciona un vestido de novia, lo cual no sería nada extraordinario de no ser porque ella nació sin un brazo y sin una pierna y con las otras dos extremidades semi atrofiadas.

En Cuyamel, donde vive, nadie la conoce por Lidia Dubón como realmente se llama, si no solamente por la costurera Lily. Lo del diminutivo no sabe por qué se lo dicen desde niña, pero lo de costurera porque la máquina de coser ha sido su inseparable compañera desde que era una jovencita.

“Esta máquina es la que me mantiene, no la cambio por nada”, dice; mientras acaricia la madera descolorida de una antigua Singer de pedal. Aunque ella puede pedalear pese a su impedimento, usa un adaptador eléctrico para poner en movimiento la maquinaria con una leve presión de su pie atrofiado. “Cuando se va la corriente y tengo costuras urgentes, desconecto el aparatito, le pongo la banda a la máquina y vuelvo a pedalear como antes”.

El único hombre de su vida

De la máquina de coser pasa de vez en cuando a la cocina en una silla de ruedas a preparar la comida para su esposo enfermo y para su padre que lucha por sobrellevar sus 103 años de vida.

“Mi madre murió hace tres meses, sólo está mi padre que vive en aquella casa”, dice señalando una vivienda en medio de un solar reverdecido contiguo al suyo.

A su marido Alonzo Turcios lo conoció cuando ella era una adolescente. “Vino de San Marcos de Santa Bárbara a visitar a una familia y habiendo tantas muchachas en Cuyamel no se pudo fijar en otra más que en mí”, dice sonriente la mujer de 67 años. Turcios trabajó en la lechería hasta que lo botó un caballo, causándole un golpe en el pecho tan fuerte, que lo dejó incapacitado para desarrollar tareas pesadas.

El destino también le negó a Lily los hijos que hubiera querido tener con el único hombre de su vida, pero la compensó con su entusiasmo y optimismo de vivir.

“No tengo complejos; eso se lo debo a mis padres que siempre me hicieron sentirme útil. Una vez le dije a mamá que quería hacer un vestido, pero que tenía miedo arruinarlo y me respondió: hacelo, si lo arruinás yo pago la tela”.

En retribución a la comprensión de la madre, la niña se ofrecía a hacerle el almuerzo. “Ponía una mesita para alcanzar la hornilla y ella nunca me dijo: ¡cuidado que te vas a quemar!”

En la escuela era la consentida de maestros y compañeras. “Papá le pagaba a una persona para que me llevara a la escuela en bicicleta, pero cuando no llegaba, mis compañeras me cargaban de regreso a la casa”.

De adolescente seguía siendo la niña bonita de la casa. “Si mis hermanas mayores iban a bailar, papá les decía : no dejen a Lily. Por supuesto que yo no bailaba pero me divertía viendo bailar”.

Su filosofía de la vida es que “en el querer está el poder”, por eso las adversidades no la han doblegado, mucho menos la falta de sus complementos físicos. “Será porque nací sin ellos que no me hacen falta”.

No tolera a los haraganes ni a las personas que buscan la caridad pública sólo porque tienen una pequeña deficiencia física. Relató que cierta vez estaba viendo por la ventana cuando pasó un hombre con un brazo doblado, pidiendo limosna.

Lily le dio la ayuda pero a la vez le reclamó cómo era posible que se dedicara a pedir, cuando ella que sólo tiene una pierna y un brazo “medio buenos”, no depende de nadie. Como el tipo sólo la miraba de los hombros hacia arriba no creía que tuviera deficiencias físicas, hasta que ella se subió en una mesa y le mostró su cuerpo erguido que parecía desafiar al infortunio. “Aquel hombre se puso pálido de la vergüenza y se fue”.

Cuando Lily va a San Pedro Sula a comprar los materiales para sus costuras, no falta quien la confunda con una menesterosa y le tienda la mano para darle algunos lempiras que ella rechaza con dignidad. “Discúlpeme, no quiero herirlo, pero yo no pido”, es su respuesta.

Ni para trasladarse a la ciudad pide ayuda a los particulares. Toma un mototaxi para abordar el bus en Cuyamel y al llegar a la gran terminal se desplaza en un ruletero hacia el centro.

LA PRENSA la sorprendió atareada confeccionando los trajes que las palillonas lucirán en el desfile del 15 de septiembre, lo mismo que los estandartes que portará el cuerpo de banderas.

Espera que no llueva estos días porque sino tendrá que meter la máquina de coser a la casa, pues las tejas del corredor son tan viejas que dejan pasar el agua, dijo. Enseguida, como en un acto de magia, enhebra la aguja de su máquina con los tres únicos dedos de su mano derecha, para retomar su labor. Frente a ella un sol esplendoroso, como su optimismo, presagia buen tiempo.

Le gusta ser un ejemplo para otras personas

A Lidia Dubón, más conocida en Cuyamel como Lily, ningún médico le dijo por qué había llegado al mundo sin un brazo y sin una pierna y las otras dos extremidades incompletas.

Sin embargo, para ella eso es lo de menos, lo importante es que llegó y que Dios nunca la ha desamparado, dijo.

Se siente feliz de ser un ejemplo para otras personas que se dan por vencidas ante la menor dificultad.

En San Marco de Santa Bárbara donde estuvo viviendo durante algún tiempo, una vecina suya que siempre buscaba quien le tostara el café, cambió de actitud cuando la conoció.

Resulta que a esa señora le gustaba mucho el café pero no se atrevía a tostar el grano por pura flojera.

Una vez la mujer llegó a la casa de Lily buscando a la cuñada de ésta para que le hiciera el favor de tostarle su café.

Su sorpresa fue mayúscula cuando vio a Lily parada con su único pie en una banca, tostando su propio café en una hornilla.

La vecina no dijo nada, solamente dio la vuelta y se fue. Cuando Lily terminó todo el proceso que conlleva la elaboración del café le llevó “una coladita” o prueba a la vecina como es la costumbre en los pueblos de Santa Bárbara.

Fue entonces cuando la vecina le confesó que se sintió avergonzada cuando la vio haciendo lo que ella, que tenía su cuerpo completo, no había querido hacer.

Pocos días después fue la vecina quien le llevó una coladita de café a Lily. Ya había aprendido todo el proceso de elaboración de la bebida.