“Por haber sido como el niño consentido del doctor Roberto Suazo Córdova, fui testigo de muchas interioridades que se dieron en su gobierno, algunas de las cuales ahora me permito dar a luz pública por primera vez. Esa afinidad entre el doctor y yo fue notoria desde que fui asignado como fotógrafo de su campaña electoral, envuelta en una crisis financiera.
En una ocasión que nos encontramos en la comunidad de El Rosario Opoteca, el candidato liberal me pidió que lo acompañara a Siguatepeque donde tendría otra de sus reuniones políticas. Siempre lo seguía sin ninguna condición, pero esa vez le pedí que me ayudara con cinco lempiras para ponerle gasolina a mi vehículo.
Ante la inesperada petición el doctor se puso a llorar y sacando las bolsas vacías de su pantalón me dijo: ‘no ando ni un lempira, ve a ver con quien consigues aunque sea tres lempiras, pero te aseguro que si gano la presidencia, serás objeto de grandes honores.
Así fue, poco después que tomó posesión llamó al comandante de la Guardia de Honor Presidencial para comunicarle que yo sería la única persona que podría entrar a su despacho sin previa cita. También dio instrucciones al jefe de la Fuerza Aérea para que siempre tuviera a mi disposición un helicóptero, a fin de que pudiera trasladarme de Comayagua a Tegucigalpa a la hora que yo quisiera.
A petición del presidente volaba a la capital hasta para desayunar con él. Solamente había tres personas autorizadas para hacer uso del comedor presidencial, el doctor Suazo Córdova, el doctor Ramón Villeda Bermúdez y yo.
Recuerdo que el primer día de su mandato, la Casa Presidencial contrató un chef italiano que puso a la disposición un banquete que incluía como 25 tipos de postres. El doctor lo felicitó, pero a la vez le pidió que no volviera a servir esas comidas, ‘porque aquí solo voy a estar cuatro años y después regreso a La Paz a comer mi postre preferido que son las rodajas de plátano en miel, así que prefiero que eso me dé mañana’.
Aunque le habían acondicionado en Casa Presidencial una lujosa alcoba para él y su familia con camas de forma circular importadas de Francia, el doctor prefería quedarse a dormir en la casa que tenía en el bulevar Morazán de Tegucigalpa.
A su guardia personal le decía: ‘no quiero salir a media noche a la carrera como Monchito Cruz con los calzoncillos en la mano’. Para que el dormitorio no se desperdiciara me dijo que yo me podía quedar allí cuando quisiera. Durante los cuatro años que duró su mandato hice uso de ese dormitorio que tenía chef por turnos, las 24 horas del día, para que uno pidiera lo que quisiera. Lo que sí le gustaba al doctor era disfrutar la sala cinematográfica de 60 butacas y pantalla en cinemascope donde miraba sus películas preferidas antes de que las estrenaran los cines públicos.
Leía sus miradas
Entre el doctor y yo había una afinidad misteriosa que ni doña Aída, su esposa, lograba comprender. Cuando él se me quedaba viendo yo adivinaba lo que me quería decir. La primera en asustarse era ella, ‘ni yo he logrado esa confianza que tiene en usted’, me decía.
El doctor me pedía que me quedara en las reuniones, con cualquier pretexto como cuando llegaron cuatro representantes del Fondo Monetario Internacional a su casa de La Paz a exigirle que devaluara la moneda.
Yo entraba con una bandeja de refrescos simulando que era de la servidumbre presidencial y él me decía: ‘esperate que tengo que decirte algo”. Por eso el único testigo de esa reunión fui yo.
El doctor trató de convencer a aquellos extranjeros para que depusieran sus exigencias. Les recordó que era amigo del presidente Reagan y que había 25 mil soldados norteamericanos en Palmerola que entraron sin una autorización del Congreso.
‘No nos importa nada de eso, ese es un problema suyo, si el lunes a las ocho de la mañana no devalúa la moneda, se paralizan todas las ayudas internacionales para Honduras’, recalcaron los visitantes.
Entonces el presidente dio un puñetazo en la mesa que por milagro no la quebró: ‘ (...) seremos un país acabado pero tenemos dignidad. Juan Bosco llame al general Walter López (jefe de las Fuerzas Armadas) y dígale que aquí la gente del fondo me está amenazando’. Cuando el presidente se puso al teléfono gritó: ‘General, haga de inmediato un operativo para sacar hasta el último gringo de Honduras, incluyendo los de Palmerola’.
Luego echó de su casa a los visitantes quienes se fueron en el helicóptero en que habían llegado. Ni bien habían despegado del helipuerto de La Paz cuando en otro helicóptero llegaba el embajador de Estados Unidos, John Dimitri Negroponte quien al parecer había sido informado del problema por el general López. ‘No quiero ver a nadie y usted se me sale también’ fue la primera reacción del mandatario cuando le dije que el embajador quería verlo.
Al fin lo hizo pasar cuando se dio cuenta que el diplomático traía la garantía del presidente Reagan de que el lempira no sería devaluado. Luego ambos celebraron tomando café con rosquillas. Los del Fondo no volvieron. Un pasaje en la vida del mandatario que el pueblo hondureño desconoce es que estuvo extraviado por varias horas, al perder el rumbo el helicóptero en que se conducía.
Volábamos hacia Gracias, Lempira, donde el doctor celebraría su cumpleaños, en dos helicópteros conducidos por pilotos norteamericanos. En el primero iba el presidente y en el segundo iba este servidor. Tras sobrevolar el valle de Jesús de Otoro, el piloto de la nave en que viajaba el mandatario perdió el rumbo al pasar por una especie de ventana que hay entre las montañas.
Nosotros aterrizamos en Gracias donde nos dieron las doce del mediodía y el helicóptero no aparecía. Hasta en horas de la tarde nos dimos cuenta que había ido a dar a Zacapa, Guatemala, donde el doctor se vio obligado a celebrar su cumpleaños”.