La madurez y la experiencia fueron condiciones determinantes para que el hondureño José Rony Rodríguez fuera asignado a misiones delicadas como oficial del Ejército de Estados Unidos, entre ellas dar seguridad en esa nación después de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
Antes había empuñado el fusil en el conflicto armado de Bosnia-Herzegovina como miembro de las fuerzas multinacionales que ayudaban a los servios a instaurar un gobierno democrático en el país europeo.
El Mayor Rodríguez está de nuevo en su país, no para vacacionar, sino para participar en otra misión que le encomendó el Ejército norteamericano, completamente distinta a las anteriores. él y dos centenares de militares estadounidenses dejaron sus armas en sus cuarteles para entablar una batalla cívica en beneficio de miles de hondureños pobres.
En las instalaciones del Tercer Batallón de Infantería basadas en Naco, se encuentra el campamento desde donde se irradia la labor de los uniformados foráneos hacia otras comunidades que están siendo beneficiadas con escuelas, centros de salud, puentes y brigadas médicas y veterinarias.
Rodríguez es el segundo de a bordo en esa tarea en la que participan además representantes de diferentes unidades militares de las Fuerzas Armadas de Honduras.
No fue escogido por ser hondureño para esta misión, sino por su larga trayectoria militar y por ser bilingüe, ya que de esa manera sirve de enlace además entre su ejército y las instituciones hondureñas.
Un sueño cumplido
Con 27 años de servicio en la Army se siente realizado, pues soñó con ser militar desde que de niño jugaba a la guerra en Nacaome, Valle, o escuchaba los aviones salvadoreños surcando el espacio hondureño en la guerra del 69.
Nieto de militares, el chiquillo deseaba ser soldado para poder defender a su país. “Siempre he sido nacionalista en el sentido de que amo a mi nación”, dice ahora que viste el uniforme gris moteado de la Unidad 260 con sede en Miami.
Una flor de maple dorada en su pecho y otra en su sombrero militar lo identifican como mayor del Ejército norteamericano, mientras que en la manga derecha luce un parche con el símbolo de su unidad. Es un sol sobre una línea ondulada, que representan, respectivamente, el calor de La Florida y los huracanes que suelen sacar a los soldados de sus cuarteles para socorrer a los damnificados.
En Nacaome hizo el plan básico de estudios secundarios, y se graduó como maestro en la Escuela Normal Mixta de Tegucigalpa, pero no ejerció la profesión de maestro en Honduras, sino en Estados Unidos, luego de obtener una maestría en educación bilingüe y administración educativa. Pareciera que además de la vena militar de sus abuelos heredó la vena de la docencia de parte de su madre que fue maestra de educación primaria.
Había llegado en 1982 a Nueva York con el propósito de cumplir aquel sueño de infancia, pero primero tuvo que estudiar inglés y entrar a la universidad
Luego ingresó a la sección de morteros del Ejército y como cualquier recluta recibió trole hasta el agotamiento por errores que suelen cometerse en la milicia, lo cual soportaba como parte de su formación, no como un castigo, según dice.
Lo que detestaba era lavar trastes, como parte de las labores que se turnan en la tropa, porque consideraba que estaba allí para formarse como militar no para ser cocinero. Sin embargo, pese a que consideraba aquello como un desperdicio de tiempo, lo hacía sin murmurar.
La recompensa a su disciplina y dedicación la tuvo en 1998 cuando pasó de soldado de tropa a oficial de línea en el departamento de operaciones.
A Bosnia, donde había estado combatiendo como soldado, volvió poco después convertido en oficial a enfrenar los mismos peligros de los cuales prefiere no hablar. “Los peligros están en todos lados cuando uno es militar”, justifica.
Por aquel tiempo se dio el atentado contra las torres gemelas de Nueva York , lo que obligó al Gobierno de Estados Unidos a implementar estrictas medidas de seguridad en sus fronteras marítimas, aéreas y terrestres.
El entonces teniente Rodríguez fue nombrado jefe de seguridad en los aeropuertos y puntos de embarque del lado sur de La Florida. Como parte de esa misión en más de una ocasión logró detectar “parásitos” clandestinos en las embarcaciones. Se refiere a contrabando de drogas y divisas que algunas personas pretendían pasar adheridos al casco exterior de las embarcaciones.
Disparan agua, no balas
Cuando le toca salir en misiones fuera de Estados Unidos, su tropa lleva consigo una enorme planta que los abastece de agua purificada como también grandes cantidades de raciones de combate empacadas al vacío para que duren hasta diez años.
La planta es operada por dos soldados que igual pueden manejar complicadas armas de guerra, pero que no lo hacen sino en casos de extremada necesidad.
“Preferimos que no disparen sino que sigan fabricando agua para nosotros”, dijo Rodríguez durante una visita hecha a la planta móvil instalada en el campamento norteamericano en Naco.
Aunque disponen de sus propias raciones de comida, los norteamericanos suelen comprar otra clase de alimentos a abastecedores de su confianza.
“A veces intercambiamos nuestras raciones con las de los soldados hondureños del Tercer Batallón”, confió el oficial.
También suelen visitar la pulpería que los catrachos tienen dentro de la unidad militar, para tomar refrescos o comer chuncherías.
Al caer la tarde en el campamento, pueden verse los convoyes que regresan de las aldeas donde han estado impulsando los diferentes proyectos de acción cívica. Entonces las barracas comienzan a llenarse de hombres cansados.