“Saltar en paracaídas es tentar a la muerte”, suelen decir los valientes hombres y mujeres que deciden enfrentar este reto. Son alumnos de la Escuela de Paracaidismo de Támara en el centro de Honduras que pronunciando la palabra: ¡paracaidista! se lanzan al vacío por primera vez colgados de su valor.
Son tres semanas de enseñanza, dos de teoría y una de práctica las que tienen que pasar los futuros “paracas” antes de la difícil prueba.
A medida que avanza el tiempo aumenta el cúmulo de emociones ante la inminencia del salto.
“Mariposas en el estómago, miedo, sudor en las manos” y la sensación de lo impredecible impera en la primera experiencia que cada hombre y mujer viven cuando son lanzados a mil quinientos pies de altura desde el avión Araba, utilizado para la práctica de los novatos.
197,582 saltos se registran en el centro de entrenamiento desde agosto de 1974 cuando se fundó la escuela de paracaidismo del ejército.
Tras el lanzamiento empieza el conteo silencioso: un mil, dos mil, tres mil... al llegar a cuatro mil, el paracaídas tiene que abrirse, sino eres hombre frito. Las dos veces que esto ocurrió, fue por fallas humanas no del equipo.
La habilidad del practicante hace que el salto sea rápido y que el paracaídas se abra para que las emociones floten, los segundos pasan rápido y llegar a tierra es la oportunidad para contar la experiencia vivida.
“Cero error”
No se trata sólo de saltar, el proceso de seguridad implica una revisión exhaustiva de todo el equipo porque lo que está en juego es la vida de la persona que saltará desde los cielos.
“Nuestra misión es cero error, la garantía de seguridad es lo primordial, es la vida humana la que se expone por eso el proceso de empaque de cada paracaídas es minucioso. Buscamos que las 30 líneas de sustentación estén seguras, que el ápice del paracaídas lo haga descender y que al caer en un lugar determinado la persona esté segura”, manifestó el veterano instructor Óscar Orlando Matamoros, considerado una leyenda en la escuela de paracaidismo.
En la sala de empaque cuatro mesas facilitan las tareas de estiramiento y dobles de los paracaídas donde las manos de 10 hombres se asegura que todo esté correcto para evitar un accidente fatal. En el departamento de empaque, Anastacio Maldonado, el sastre oficial de la escuela, reparaba un paracaídas. Sus manos desde hace 30 años revisan cada paracaídas dañado.
él conoce todo el procedimiento y sigue las normas establecidas en los manuales de reparación para garantizar que cada paracaídas cumpla con la vida útil de los 100 saltos.
“Cada día reparo los paracaídas que sufren averías durante las caídas en zonas donde hay bosques. Toma su tiempo porque se cuidan los detalles, pero es una tarea que hago con mucha dedicación porque sé que es una vida la que se esconde tras cada paracaídas”, manifestó Maldonado.
El salto
Para llegar al salto desde un avión el proceso es largo y va en fases. Las dos primeras semanas son cruciales porque hay restricciones para que nadie deserte por temor.
En columpios, pistas de obstáculos, rampas de 2 y 4 pies se les enseña a los aspirantes cómo deben hacer la caída y cuál debe ser la posición una vez que caen en tierra firme.
La siguiente fase les lleva a la puerta mofa que es donde aprenden cómo entrar, salir, saltar y enganchar el arnés, que asegura sus vidas cuando saltan. Una vez superadas estas pruebas el paso siguiente es el salto desde la torre que se ubica a 34 metros de altura. Éste es el punto donde afloran las primeras emociones que dan el panorama del salto final el cual ejecutarán desde un avión a 1,500 pies de altura. Los hombres de seda como les llaman, ansían el momento, a pesar del miedo que les consume. La adrenalina sube, pero todos se apoyan y cuando el instructor da la orden del salto y son empujados por los aires, saben que deben seguir al pie de la letra cada una de las instrucciones para garantizar su seguridad.
“Todo se pone en práctica, contar, respirar, posición del cuerpo, caer y correr para que todo salga al cien. Cuando me lancé por primera vez creía que me iba a morir, pero lo que se vive es único, es de las mejores emociones que he experimentado”, manifestó uno de los alumnos.
El coronel German Alfaro, comandante del Segundo Batallón de Infantería Aerotransportado, manifestó que hay oportunidades para que todo joven pueda recibir el curso. Sólo necesita, buena condición física, deseo y coraje.