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Extorsionan, matan y viven como reyes en las cárceles de Honduras

  • 01 marzo 2017 /

Las dos maras mandan en los centros penales y obligan, bajo amenaza, a los custodios a “colaborar” para ingresar droga, armas y dinero. LA PRENSA entró a su mundo.

Nota de Redacción

De las cárceles y del débil y corrupto sistema penitenciario hondureño se ha escrito de sobra, pero ningún relato es tan crudo y exacto como este logrado por un equipo periodístico de LA PRENSA que no sólo entró al penal más importante —al menos por ahora— de Honduras, sino habló de forma anónima con gente clave que ha participado activamente en los delitos que se ordenan desde adentro de este “reino del terror”, donde “sus príncipes” viven cómodamente desde los años 90, manejando redes criminales con la complicidad de las autoridades que han permitido el horror de estos santuarios del crimen.

“No oigo”, “No miro” y “No hablo” reza un “placazo”, compuesto por tres figuras de calaveras, pintado en una de las paredes azules de los laberínticos pasillos del módulo de la Mara 18 en el interior de la Penitenciaría Nacional de Támara.

Para quien no es miembro de una mara o para quien desconoce cómo funciona una organización criminal de esta índole, esta imagen simplemente podría ser considerada como un mural o un graffiti hecho por penitenciarios que buscan matar el tiempo. Sin embargo, en el mundo delictivo de las pandillas, estas tres expresiones resumen la columna vertebral de su ley. Quien la quebranta, paga con la vida.

Foto: La Prensa



En otras palabras, aquí en la Penitenciaría Nacional de Támara solamente es permitido “ver, oír y callar”.

Los módulos de la 18 y la MS-13 equivalen a pequeños barrios compuestos por cuartos donde viven los pandilleros confinados, pero con comodidades y conexión permanente con el mundo exterior donde mantienen controles a través de sus clicas (células delictivas) diseminadas en todo el país.

Cárceles de muerte

En el módulo de la Mara 18, donde se encuentran recluidos 521 individuos, periodistas de LA PRENSA (que lograron entrar hace algunos días) observaron que poseen televisores con servicio de cable, camas confortables, señales wifi de Internet y otras comodidades que no deberían gozar porque están pagando las muertes que cometieron y los daños causados a la sociedad.

En el módulo de la MS-13, con 120 recluidos, no hay “placazos” que hagan apología a sus fechorías y que impongan su ley de manera escrita. No obstante, aquí todos saben que la regla tamblén consiste en “ver, oír y callar”.

Basados en esta ley, que es una guía para evitar la muerte, estas dos organizaciones criminales logran que todos sus miembros, tanto los que están en las calles como en la cárcel, sean leales, disciplinados y obedientes.

En los últimos cinco años han muerto acribillados más de 10 autoridades penitenciarias.
“El que no respeta esta ley es mejor que se pierda, porque si no lo matan o lo obligan a que se mate el mismo”, le dijo a LA PRENSA un ex miembro de la 18 que en este momento es buscado por mareros por haber traicionado a esa organización criminal.
Dentro de estos dos módulos han aparecido ahorcados o estrangulados miembros de las dos maras y nadie, ni las autoridades, explican las causas. Pero estos se quitan la vida obligadamente por orden de los jefes que están dentro de ese presidio.

Desde estas celdas, los cabecillas de ambas maras también ordenan la muerte de pandillas rivales, personas que se resisten a pagar la extorsión y de hondureños que las “clicas” deben eliminar porque otros han pagado el servicio de sicariato.

“Varias veces oí las pláticas de los jefes de la 18, dentro de Escorpión. Desde allí, ellos mandan a matar a las personas que no quieren o no pueden pagar la extorsión. Ellos tienen teléfonos para llamar afuera”, dijo el hombre que es perseguido por la 18.


Los pandilleros han dibujado varios grafitis en los muros del centro penitenciario.
Los mareros de la 18 le han denominado Escorpión al módulo donde ellos conviven tranquilamente, sin amenazas, y que raramente es visitado por las autoridades penitenciarias.

Los mareros de las dos organizaciones viven a sus anchas porque allí, aunque existen autoridades del Instituto Nacional Penitenciario, el Estado ha perdido parte de su poder en vista de que estos delincuentes obligan, directa o indirectamente, a los custodios a prestarles “colaboración”, lo cual, a la postre, se convierte en complicidad de delitos.
“Yo iba a la PC y metía dinero a Escorpión todos los fines de semana y también sacaba coca en bolsitas. Eso lo hacía sin problemas porque los custodios medio me revisaban. Ellos ya sabían que yo era de la 18”, dijo el hombre.

Los caídos

Dado a que estas organizaciones tienen el poder de matar a quien quieran y donde quieran, el director de este centro penal actúa con diplomacia y acepta el sistema de gobierno que impera en cada uno de los módulos. No tiene otra opción. Caso contrario, puede convertirse en finado.

En octubre de 2016, Jorge Alberto Regalado, subdirector de la Penitenciaría Nacional de Támara, murió acribillado en Tegucigalpa. En marzo de ese mismo año, a Santos Juan Andrés Sánchez, que ocupó el mismo cargo, también lo mataron de la misma forma. En mayo, en San Pedro Sula, asesinaron al subdirector del presidio de esta ciudad, Silvano Posadas, y a Aníbal Zaldivar, policía penitenciario.

Foto: La Prensa



“Los custodios tienen miedo, los pueden matar. No les queda otra, tienen que ayudarles a los mareros”, dijo el hombre.

La situación en el Centro Panal de San Pedro Sula es la misma. Las dos maras imponen su ley e infunden temor para mantener el control y arrogarse poder dentro de toda la cárcel.

“Algún personal (penitenciario) se presta para que metan armas al presidio (de San Pedro Sula). Cuando hablaba con los policías (penitenciarios) me decían: hermano, y yo qué voy a hacer, si me pongo a pelear me van a matar y me van a hacer la vuelta. Los custodios tienen miedo de que los maten”, dijo un hombre que estuvo recluido en el presidio sampedrano hasta el año pasado.

En ambas cárceles, que son las más grandes de Honduras, las maras introducen droga, armas, dinero, mujeres menores de edad para tener relaciones sexuales; matan internamente y mandan a ejecutar crímenes en las calles.