San Pedro Sula, Honduras.
Hasta la noche del miércoles pasado, los reos de la mara 18 y MS-13, recluidos en el presidio de San Pedro Sula, vivían a sus anchas y no sentían que realmente estuvieran pagando las condenas por los crímenes cometidos.
Los miembros de la 18, por ejemplo, llegaban al extremo de subir con total libertad al techo de su módulo carcelario y caminaban libremente por las láminas de zinc para estar al tanto sobre quién entraba y quién salía del centro penal.
En el presidio sampedrano ellos imponían sus leyes y caprichos. Vestían como a ellos se les antojaba: usaban tenis, pantalones y camisetas holgadas con el dinero percibido a través de la extorsión.
Ahora que están en El Pozo, la nueva cárcel de máxima seguridad situada en Santa Bárbara, solo tienen permitido usar, contra todos sus gustos, overoles anaranjados. Quieran o no, deben ponérselos.
En esta cárcel, que opera bajo los parámetros de la Asociación Americana de Prisiones (ACA), están obligados a usar números impresos en la espalda de los overoles. Como no es su insignia (el 18), los nuevos dígitos les enciende la sangre, pero deben cargarlos como una marca.
A los de la MS-13 también les sucede lo mismo. En contraste con el 18 y la combinación alfanumérica MS-13, cada uniforme lleva una serie de dígitos que coincide con el número de expediente penitenciario (en poder de las autoridades de El Pozo) que contiene la ficha delictiva o lista de asesinatos, extorsiones y otros delitos que han cometido.
En este lugar quien impone la ley es el Estado de Honduras, no son las maras o las bandas criminales que, haciendo uso de la amenaza y el terror, han hecho valer sus nefastas reglas. Los de la 18 se daban el lujo de pintar en las paredes “No oigo, no miro, no hablo” y los de la MS-13 la frase “ver, oír y callar” para que nadie las quebrantara y todos se mantuvieran leales a esas organizaciones.
Pero en El Pozo, las paredes grises y blancas permanecen inmaculadas, libres de las figuras y expresiones que hacen apología al crimen y a organizaciones mafiosas.
Las únicas leyendas que puede leer el reo son las que el Instituto Nacional Penitenciario ha colocado para identificar los lugares, como “aduana”, “solo personal autorizado”, “duchas” y otros rótulos.
Cambio
En septiembre del año pasado, en un intento de reducir los índices delictivos, el Gobierno envió a El Pozo a los primeros 11 reos más peligrosos del sistema, a los delincuentes que habían cometido los crímenes más horrendos en el país.
Uno de ellos es Obed Isaí Alemán Iscoa (de 34 años), alias Tacoma, líder de la 18. Antes de que lo trasladaran a El Pozo (entre 2012 y 2016) estuvo recluido en el Centro Penal de San Pedro Sula y en la Penitenciaría Nacional de Támara, en ambas cárceles gozaba de privilegios.
Cuando estaba en el módulo Escorpión, en Támara, Tacoma siempre vestía camisetas y tenis, que eran introducidos a la cárcel por colaboradores y miembros de la mara 18 con la complicidad de los custodios penitenciarios.
Vigilancia
El presidio de San Pedro Sula, por estar incrustado en el casco urbano de la ciudad, siempre estaba asediado por los familiares y compinches de mareros que llegaban a golpear el portón principal para exigir la entrada.
En El Pozo, flanqueado por la carretera que conduce a Santa Bárbara y por el río Ulúa, ninguna persona puede o no tiene permitido aproximarse a los portones. Es prohibido.
En la parte frontal siempre permanecen estacionados carros militares Humvee artillados con ametralladoras calibre 50 para intervenir ante cualquier intento que una organización haga con intenciones de sacar a un recluso.
Un contingente de elementos de la Policía Militar y del Ejército montan vigilancia en la carretera. Paran vehículos y efectúan rigurosas inspecciones. Ninguno de los uniformados entra en conversación con los ciudadanos para evitar cualquier intento de soborno.
Los efectivos de la Policía Militar no les permiten a los ciudadanos tomar fotografías de las instalaciones, mucho menos introducir objetos al recinto penitenciario.
Adentro de El Pozo, los custodios, a diferencia de los otros que trabajan en todo el sistema, imponen su autoridad y no se dejan atemorizar por los reos.
En caso de que los custodios establezcan relaciones amistosas con reos o con los familiares, las autoridades del Instituto Nacional Penitenciario los despiden. El Pozo es, hasta ahora, la primera cárcel hondureña que los mareros no podrán burlar.
Hasta la noche del miércoles pasado, los reos de la mara 18 y MS-13, recluidos en el presidio de San Pedro Sula, vivían a sus anchas y no sentían que realmente estuvieran pagando las condenas por los crímenes cometidos.
Los miembros de la 18, por ejemplo, llegaban al extremo de subir con total libertad al techo de su módulo carcelario y caminaban libremente por las láminas de zinc para estar al tanto sobre quién entraba y quién salía del centro penal.
En el presidio sampedrano ellos imponían sus leyes y caprichos. Vestían como a ellos se les antojaba: usaban tenis, pantalones y camisetas holgadas con el dinero percibido a través de la extorsión.
Ahora que están en El Pozo, la nueva cárcel de máxima seguridad situada en Santa Bárbara, solo tienen permitido usar, contra todos sus gustos, overoles anaranjados. Quieran o no, deben ponérselos.
En esta cárcel, que opera bajo los parámetros de la Asociación Americana de Prisiones (ACA), están obligados a usar números impresos en la espalda de los overoles. Como no es su insignia (el 18), los nuevos dígitos les enciende la sangre, pero deben cargarlos como una marca.
Los reos de El Pozo no tienen acceso a Internet ni celulares.
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En este lugar quien impone la ley es el Estado de Honduras, no son las maras o las bandas criminales que, haciendo uso de la amenaza y el terror, han hecho valer sus nefastas reglas. Los de la 18 se daban el lujo de pintar en las paredes “No oigo, no miro, no hablo” y los de la MS-13 la frase “ver, oír y callar” para que nadie las quebrantara y todos se mantuvieran leales a esas organizaciones.
Pero en El Pozo, las paredes grises y blancas permanecen inmaculadas, libres de las figuras y expresiones que hacen apología al crimen y a organizaciones mafiosas.
Las únicas leyendas que puede leer el reo son las que el Instituto Nacional Penitenciario ha colocado para identificar los lugares, como “aduana”, “solo personal autorizado”, “duchas” y otros rótulos.
No pueden dar órdenes para que otros cometan ilícitos.
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En septiembre del año pasado, en un intento de reducir los índices delictivos, el Gobierno envió a El Pozo a los primeros 11 reos más peligrosos del sistema, a los delincuentes que habían cometido los crímenes más horrendos en el país.
Uno de ellos es Obed Isaí Alemán Iscoa (de 34 años), alias Tacoma, líder de la 18. Antes de que lo trasladaran a El Pozo (entre 2012 y 2016) estuvo recluido en el Centro Penal de San Pedro Sula y en la Penitenciaría Nacional de Támara, en ambas cárceles gozaba de privilegios.
Cuando estaba en el módulo Escorpión, en Támara, Tacoma siempre vestía camisetas y tenis, que eran introducidos a la cárcel por colaboradores y miembros de la mara 18 con la complicidad de los custodios penitenciarios.
Vigilancia
El presidio de San Pedro Sula, por estar incrustado en el casco urbano de la ciudad, siempre estaba asediado por los familiares y compinches de mareros que llegaban a golpear el portón principal para exigir la entrada.
En El Pozo, flanqueado por la carretera que conduce a Santa Bárbara y por el río Ulúa, ninguna persona puede o no tiene permitido aproximarse a los portones. Es prohibido.
En la parte frontal siempre permanecen estacionados carros militares Humvee artillados con ametralladoras calibre 50 para intervenir ante cualquier intento que una organización haga con intenciones de sacar a un recluso.
Un contingente de elementos de la Policía Militar y del Ejército montan vigilancia en la carretera. Paran vehículos y efectúan rigurosas inspecciones. Ninguno de los uniformados entra en conversación con los ciudadanos para evitar cualquier intento de soborno.
Los efectivos de la Policía Militar no les permiten a los ciudadanos tomar fotografías de las instalaciones, mucho menos introducir objetos al recinto penitenciario.
Adentro de El Pozo, los custodios, a diferencia de los otros que trabajan en todo el sistema, imponen su autoridad y no se dejan atemorizar por los reos.
En caso de que los custodios establezcan relaciones amistosas con reos o con los familiares, las autoridades del Instituto Nacional Penitenciario los despiden. El Pozo es, hasta ahora, la primera cárcel hondureña que los mareros no podrán burlar.