En la cafetería Samy del segundo piso, políticos, periodistas y uno que otro jubilado, bromean discuten o tratan de arreglar los problemas de la ciudad bajo grandes paraguas verdes.
Son las mismas personas que en un tiempo fueron asiduos clientes del desaparecido Café Atenas y que ahora han encontrado, en ese negocio del Pasaje Valle, el lugar ideal para pasar el agua de la problemática cotidiana.
Abajo, en el primer nivel, continúa el ir y venir de la gente que busca afanosa un artículo o simplemente disfruta pasar por este centro comercial, que comenzó a funcionar en 1948 y se renovó hace 18 años por la avalancha de 'moles' que se avecinaba.
'Nos adelantamos a los moles porque fuimos los primeros en instalar quioscos a lo largo del pasillo central', dice Karla Reyes, empleada de la Inmobiliaria Goldbrand, que administra el centro comercial desde que fuera renovado.
Al entrar por el lado norte, un monumento a la familia da la bienvenida a los visitantes, aunque la mayoría de éstos lo ignoran al poner más atención a lo que ofrecen las vitrinas en ambos lados del pasaje, que se ha convertido en una especie de prolongación de la zona peatonal.
En total, en sus tres pisos, el nuevo Pasaje Valle tiene instalados unos noventa locales. El mayor movimiento comercial se registra en el primer nivel, donde los comerciantes ofrecen desde un dulce hasta un aparato electrónico.
Pocos negocios del antiguo centro comercial siguen funcionando en las modernas estructuras inauguradas por el entonces presidente Rafael Leonardo Callejas.
El teclado de don Jorge
Don José Bermúdez, que labora en el Pasaje Valle desde antes que adquiriera su moderna fisonomía, recuerda las tardes cuando la música de un órgano melódico que salía del Palacio Juvenil ponía la nota alegre en aquel apacible ambiente comercial.
Era don Jorge Issa Sikafy, ya fallecido, que solía sacar su instrumento musical a la puerta de su negocio, no para atraer clientes, sino para echar al aire su arte y deleitar a los transeúntes, que a veces se detenían a escucharlo. En el local que ocupaba el Palacio Juvenil de don Jorge ahora está la tienda Dulces Bombones.
Había una simpática competencia entre los comerciantes. Como el eslogan de El Almacén El Cairo era 'La casa de los mil pantalones', a don Jorge se le ocurrió ponerle a su tienda La Casa de las Mil Camisas, comentó Bermúdez.
El Cairo continúa funcionando en la misma esquina del sector sur, ahora con el eslogan 'Lo mejor de la moda'.
Recordados
Otros negocios que también, por aquel tiempo, identificaban al Pasaje Valle, eran el Salón Luky de comida china, famoso por sus sopas de caracol, y la Floristería Bertha de Ferrera, pionera en la venta de arreglos florales. Ambos negocios ya no funcionan ahí, dice Bermúdez.
Arriba del restaurante había una terraza que su propietario alquilaba para poner bailes los sábados. 'Se lo digo porque yo iba a bailar allí', dijo el empresario sampedrano Daniel Quezada.
Donde ahora están los quioscos, había unas jardineras a las que la Municipalidad daba mantenimiento. Siempre estaban verdes y florecidas, recuerda.
Mucho antes, allá por los años 50, había en una de las esquinas del paseo una peletería de los Goldstein, recuerda don Francisco Guardado. 'Mi papá era zapatero y yo lo acompañaba de niño a comprar cuero', dice don Francisco, de 79 años.
Al fallecer don José Brandel, propietario del antiguo inmueble, sus familiares formaron, con don Gilberto Goldstein, la Inmobiliaria Goldbrand, que modernizó las instalaciones, sin cambiar mucho su antigua fisonomía.
A pesar del surgimiento de gigantescos centros comerciales en distintos puntos de la ciudad, el Pasaje Valle sigue reinando en el centro, como desafiando el paso del tiempo.
Un pasado atrapado en edificaciones de la Tercera
La San Pedro Sula del pasado siglo se quedó atrapada en los viejos balcones, a los que no se les cambió su estructura a pesar de las transformaciones que han sufrido la mayoría de las edificaciones del centro.
Caminar por la Tercera Avenida con la mirada hacia arriba permite observar corredores y pequeñas terrazas, donde los huéspedes de aquellas edificaciones se asomaban para ver las apacibles calles cuando la ciudad comenzaba a abrirse al comercio.
La mayoría de esos inmuebles se construyeron para que en la planta baja funcionara una tienda y arriba vivieran sus dueños, recuerda el veterano sampedrano Daniel Quezada. Al expandirse la ciudad, los comerciantes prefirieron vivir en las nuevas colonias, dejando sus negocios en aquellas edificaciones, muchas de las cuales conservan parte de su estructura original.
Uno de los edificios más emblemáticos es el que ahora ocupa, en su parte superior, el instituto Luis Bográn. Lo que ahora son aulas en un tiempo fueron salones de baile donde se reunía lo más granado de la sociedad sampedrana.
'El Salón Tropical era entonces lo que ahora es el Centro Hondureño árabe', dice el director del colegio, Fidel Antonio Rivera.
Desde los balcones del edificio que dan a la tercera calle puede observarse otro emblema de la ciudad: el edificio de la Gobernación, que también parece desafiar al modernismo con su fachada antigua.
Otras edificaciones conservan, en su parte superior, balcones de hierro forjado que el tiempo no ha podido vencer.