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Buscan a las mejores narices de Madrid

  • 26 marzo 2011 /

La prueba consiste en descubrir con el olfato qué vino se oculta dentro una copa opaca.

La copa negra. Es el gran reto para quienes quieren optar a la Nariz de Oro, el premio que distingue al mejor sumiller de España y que cumple 20 ediciones este año. La dificultad: adivinar qué vino se encuentra en su interior con sólo la ayuda del olfato.

El hotel Silken Puerta de América fue el escenario de esta eliminatoria regional. La final nacional se celebrará en junio, también en la capital.

La prueba consiste en descubrir con el olfato qué vino se oculta dentro una copa opaca.

La enóloga Elena Adell explica a los aspirantes, escondidos tras las cuatro copas de cristal, las características de los cuatro tintos navarros que les van sirviendo. Un tempranillo de Fuenmayor envejecido en roble francés, otro tempranillo de Mendavia, un graciano de Azagra reposado en maderas de Bollullos del Condado y un tempranillo “dulce y afrutado” de Aldeanueva.

“Para saber de vinos no hace falta ser un máster de enología”. Con esta aclaración, Pilar García Granero, presidenta de la denominación de origen Vinos de Navarra, comienza el curso de cata que se imparte en la puerta de enfrente. Aquí, los sumilleres son aficionados, no se juegan nada, sólo poder presumir ante sus amigos o clientes de saber identificar las bondades de un buen vino con sólo olerlo.

Junto a García Granero está la Nariz de Oro 2002, Lucio del Campo. Entre los dos, explican a una quincena de personas cómo se realiza una cata.

Empiezan por la “fase visual”, para la que hay que observar el vino en el lugar de mayor profundidad de la copa, siempre con el trasfondo del mantel blanco, para apreciar los matices del color.

El primero que sirven es un rosado “que sabe a gominolas” y que según García-Granero es un tipo de vino menospreciado. “Algunos dicen que es un vino de mujeres, pero no tienen ni idea. Lo cierto es que el rosado es muy difícil de hacer.

Es el único vino que me hace despertar preocupada de madrugada”, explica.

Entre los sumilleres que intentan descifrar lo que esconde la copa opaca, está Manolo. A él se le dan mejor los tintos y ha estado en la final seis veces, aunque siempre se ha quedado a las puertas. “Aunque la copa no sea negra, si no sabes qué vino es, te entra el nerviosismo”, explica.

La segunda fase de la cata es la olfativa. La clave es inclinar mucho la copa para llegar a captar muy de cerca el aroma.

Al otro lado del pasillo, en la competición oficial, es la única arma que tienen para enfrentarse a la copa negra. Adell reconoce la dificultad del certamen: “Hay que ser muy valiente para presentarse a una prueba así. Cuando estás ante la copa es muy fácil confundirse”.

La técnica es usar la “memoria del olfato” asociando cada olor con una palabra, como “fresa” o “caramelo”, y cuando vuelva el olor, sabremos la palabra que va con él. “Un catador no nace: se hace”, sentencia Adell.